Mirar con atención antiguas fotografías que han permanecido en cajas olvidadas, o tratadas con esmero en álbumes primorosos, o mezcladas de forma caótica en los contenedores de la última mudanza, me incita a recuperar ese instante preciso que ha quedado atrapado en el papel envejecido. El tiempo se ha detenido. Provocan en mí el deseo de descubrir algo que no se deja ver con sólo una ojeada superficial…
Soy
el voyeur nostálgico e impertinente de la mirada indiscreta que quisiera
saber qué se oculta tras la pose de un cuerpo, bajo un sombrero, en una mano
desmayada, en la mirada furtiva o en el botón desabrochado de la blusa. Me
empeño en escudriñar los detalles periféricos y los fondos: un mapa en la
pared, un auto que aparece, la loza en un anaquel, un jardín que se esfuma o la
portada de una casa. Después viene lo de preguntar. E investigar.
Y, si hay caso, inventar una historia: “Lisardo Corchuelo, matador de novillos-toros sin éxito
ni fortuna, se sentía aludido cada vez que en el cine o en la televisión, ya
fuera comedia o drama, salía el tema de los cuernos por infidelidad de una
mujer …”.

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