jueves, 26 de noviembre de 2015

Un Diccionario peculiar

Este libro no es, a pesar de su título, un diccionario propiamente dicho, sino un glosario de términos ordenados alfabéticamente, una especie de catálogo de palabras  que se acompañan con definiciones, incrementadas a veces con excursos, anecdotarios, narraciones breves y otros añadidos, multiforme en la expresión de la que se sirve su autor para crear una obra original. El tono con que los términos son glosados es muy variado. Encontramos desde el humor siniestro (BOTICARIO. s. Cómplice del médico, benefactor del sepulturero, proveedor de los gusanos de la tumba), la ironía corrosiva (TIMAR. v. tr. Decirle al pueblo soberano que si uno es elegido no robará), o el pesimismo más oscuro (PRUDENTE. adj. Hombre que cree el diez por ciento de lo que escucha, una cuarta parte de lo que lee y la mitad de lo que ve) pasando de la crítica mordaz (SATANÁS. s. Uno de los lamentables errores del Creador), de la que no se excluye el propio autor (DICCIONARIO. s. Maligno artilugio literario para entumecer el desarrollo del idioma y tornarlo rígido y dificultoso. Este diccionario sin embargo, es una de las obras más útiles que haya producido su autor, el doctor John Satán […]), a la irreverencia absoluta (SANTO. adj. U.t.c.s. Pecador muerto, corregido y editado), al humor surreal (PRECOZ. adj. Chico de cuatro años que se fuga con la muñeca de su hermana) y al desencanto desolador (EDAD MADURA. s. Periodo de la vida durante el cual transigimos con los vicios que todavía estimamos, denigrando los que ya no somos capaces de practicar).
El autor, con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de clásico de las letras norteamericanas del pasado siglo, cuando alcanzó una notable aceptación, que llega hasta la actualidad, dado que muchas de sus reflexiones son de una vigencia que no nos sorprende en absoluto (POLÍTICA. s. Lucha de intereses enmascarada como enfrentamiento de principios. Conducción de los asuntos públicos en busca de ventajas personales). En toda su extensión, Bierce se muestra como un brillante compañero de otros humoristas como J. Swift, Louis Carrol, el Conde de Lautréamont o Alfred Jarry, por mencionar sólo algunos de la extensa lista de los que también utilizaron la sátira y el humor surreal para fustigar los despropósitos de la sociedad en que vivieron. 
                                        
Ambrose Bierce fue un escritor norteamericano (1842-1914?) que nacido en una familia  estricta y de un medio rural humilde, vivió una existencia muy agitada. Ejerció el periodismo, participó en la Guerra Civil americana en la que fue herido de gravedad, se casó y tuvo hijos, se trasladó a Inglaterra durante tres años y de vuelta, llegó a ser el prestigioso dictador literario de la costa del Pacífico como editor y crítico. Y, a pesar de que la enfermedad y las tragedias familiares lo agobiaban, en sus colaboraciones periodísticas se mostró cada vez más crítico con los escritores mediocres, los políticos falsarios y corruptos y arremetió contra todos aquellos que debían ser desenmascarados. Su obra es  extensa y variada: relatos cortos (Un suceso en el puente sobre el río Owl), fábulas, epigramas, sketches y todo ello sin abandonar sus tareas periodísticas. En 1906 apareció una recopilación de las definiciones satíricas de lo que después sería el Diccionario del Diablo. El autor, en su época, llegó a ser considerado un desconcertante y original humorista en la línea de J. Swift, Louis Carroll, el conde de Lautréamont o A. Jarry. Con setenta y un años cumplidos, asmático y hastiado de la existencia, se embarcó en un viaje sin retorno: a finales de 1913 entró en el Méjico de la revolución y la guerra entre Pancho Villa y Carranza y desde allí mandó sus últimas noticias. Nada más se supo de él, ni el lugar, ni la fecha ni las circunstancias de su muerte. 
 
Ambrose Bierce. Diccionario del Diablo. Alianza Editorial.2011. 368 pp.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cuadernillo de Notas, 34

Desde la explanada que corona la Quinta del Duque del Arco, cerca de El Pardo, la primavera muestra otra cara bajo un cielo entoldado en gris. Los olivos, en perfecta formación, trepan por la ladera de enfrente esfuminada por la neblina. Lluvia ligera, suave y esponjosa. No se ve un alma humana. Un gato cimarrón cruza a la carrera huyendo de la lluvia meona. Silencio punteado por el gotear sonoro de los pinos, los enebros, las sabinas. El jardín palaciego, con sus simetrías en cascadas, en rectángulos de boj, en fuentes, en estatuas, en surtidores y estanques, muestra la cara cortesana en una finca que mantiene algo de su primitivo carácter agrícola: encinas, olivares y frutales, hoy en flor. El color, y el olor, lo ponen las genistas, los lirios, las lavandas y otras silvestres.
A esta misma hora, las doce de la mañana, centenares de personas hacen cola, bajo el calabobos, a las puertas de un Centro Comercial, después de pasar más de veinticuatro horas en la calle con frío y bajo una lluvia meona. Tratan de conseguir unas entradas para el concierto que van a dar los Rolling Stones  en el estadio Bernabéu el próximo día 25 de junio…
Y es que como dijo aquel torero (existen dudas sobre la autoría): “ti’é que habé gente p’a t’ó. No  creo que sea necesario traducirlo al español común.

martes, 24 de noviembre de 2015

Cuadernillo de Notas, 36

A veces uno se encuentra desconcertado ante la muestra de un peculiar sentido del humor que pone de manifiesto el aspecto quizás excéntrico o provocador de algo que pudiera pasar desapercibido. El humor nos predispone a mirar con tolerancia todas las cosas: incluso las más solemnes pueden ser apreciadas desde el ángulo risueño de lo que antes solamente concebíamos como serio y espléndido. Lo insólito pone de manifiesto el sentido lúdico de la relación que puede darse entre el continente y lo expuesto, es decir, el contenido.
La belleza y solemnidad interior de una catedral de los XIV-XVI, se manifiesta en sus retablos magníficos, su claustro, su trascoro, capillas, cruceros, ábsides, su cripta milagrera y los relicarios, etc. Y en la traza exterior con sus pináculos, arbotantes, estribos, contrafuertes, ménsulas y tantos otros elementos propios de la arquitectura del gótico.
Y en las gárgolas de grifos, de figuras grotescas, de animales  monstruosos, de esqueletos humanos y de otras visiones quiméricas o parafernales…  y, de pronto, un fotógrafo prepara su cámara, de las antiguas de fuelle, como dispuesto a sacarle una instantánea a este boquiabierto y sorprendido escudriñador.
Dado en la fachada de la Catedral de Palencia. Verano, ya casi otoño.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Intemperie

Novela insólita en el actual panorama narrativo español.
Una lectora impenitente, en cuyo acertado criterio siempre confío, me ha encauzado hacia esta novela y con ella he descubierto a un autor (Jesús Carrasco, nacido en Olivenza, Badajoz, 1972) hasta ahora desconocido para mí.
La historia que se cuenta en Intemperie es aparentemente sencilla: la huida de un niño de la aldea en donde vive, perseguido por algunos hombres conducidos por el alguacil. En su camino el niño se encuentra con un viejo que pastorea un exiguo rebaño de cabras, que le da cobijo y con el que prosigue su huida hacia no se sabe dónde.
Llama la atención en el relato la falta de referentes espaciales y temporales: ni el lugar ni la época están explícitamente localizados; tan sólo el mundo rural de una España seca y algún indicio (la motocicleta con sidecar del alguacil, la casa de peones de camineros abandonada) que nos hacen suponer que la acción se desarrolla, tal vez, en la década de los 50 del pasado siglo. La inmensa llanura, el hambre y la sed de los humanos y de los animales (el burro, el perro, las cabras) contribuyen a dar protagonismo al paisaje que, a pesar de todo, en ocasiones aparece casi humanizado (Delante de él el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco),y siempre lleno de silencio y amenazador; también contribuye a tal fin el contraste entre lo cerrado de la historia y la abierta y descampada llanura por la que transitan hombres y bestias. Los escasos personajes carecen de nombres propios, tan sólo son el niño, el viejo, el alguacil. La violencia y la crueldad brutal (…en su corta vida ya había visto decenas de perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos, refiriéndose a los galgos que ya no sirven para la caza) corren parejas con la amistad, la ternura y la fidelidad. 
El estilo desnudo de la narración, esencialmente lineal con algunas retrospecciones que contribuyen a acrecentar el misterio, se traduce en los escuetos diálogos que ralentizan las vidas en el llano agostado de esta “tierra incógnita”, en la utilización de términos del léxico campesino (trébede, besana, serijo, albardina, sirga, amusgar), en precisos rituales (El viejo agarró al burro por la cabeza y tiró de ella hasta que se puso de pie. Sin destrabarlo, colocó sobre su lomo un albardón largo de lona armada. Encima dispuso un ropón de arpillera raída y luego una albarda de centeno cuyo ataharre el viejo pasó por debajo de la cola). Este realismo escueto se tiñe en ocasiones de una calidad poética indudable como, por ejemplo, en esta descripción de un olivar: Recordó la franja de olivos que se extendía sobre la ladera norte del viejo cauce […] Un ejército inveterado y leñoso que tiznaba el paisaje con los tonos del cuero [] En cambio, abundaban los troncos nudosos [] Hatajo de soldados de vuelta del frente. Heridos pero en marcha.
Esta singular novela, cuya lectura me ha interesado desde las primeras páginas por el tono, la tensión y la excelencia de un lenguaje esencial, riguroso y evocador de los mejores autores de nuestra narrativa del siglo pasado y del presente, deja, en medio de tanta negrura y brutalidad, un resquicio para la esperanza: Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento.
De acuerdo con lo anteriormente reseñado de manera tan escueta, como no podía ser de otro modo, recomiendo la lectura de esta obra excelente.                  
 CARRASCO, Jesús. “Intemperie”. Seix Barral.  2013. 224 págs.

domingo, 15 de noviembre de 2015

“Sublime indecisión” (casicuento de Navidad) 
 
Se prendó de ella desde el primer momento en que la vio. Durante meses, lunes, miércoles y viernes, había acudido puntualmente a las nueve y media de la mañana para tomar un café con leche, corto de café en taza grande, acomodado en la mesa del ventanal que se abre a la Plaza del Almirante. Si estaba ocupado su observatorio preferido, ya le daba lo mismo sentarse aquí o allá con tal de que pudiera verla ir y venir por el salón. Disfrutaba con su mirada limpia cuando se le acercaba llevando, sonriente, sobre la bandeja de reluciente alpaca el ritual pedido. Adoraba su tierna figura de adolescente que ha cumplido los treinta, bajo el pulcro uniforme, blanco sobre negro, de camarera de cafetería distinguida en este distinguidísimo barrio, que no era el suyo ni el de ella. Él, entretanto, fingía repasar las acotaciones de su cuaderno de notas o simulaba ojear el periódico. Nunca se había atrevido a insinuarle su embelesamiento por temor a ahuyentarla. Y así, una semana tras otra.
Hoy, víspera de Navidad, se siente obligado a creer que el espíritu cordial que lo impregna todo podría quizás podría jugar a su favor. Los ventanales empañados de vaho arropan la confortable atmósfera, bienoliente por los efluvios de infusiones, confiterías y licores, más acentuados si cabe, en tan entrañables fiestas, como diría el cursi glosador de la televisión. Fuera se acerca la noche de Capricornio. El salón está engalanado con discretos y bien elegidos toques de ambiente navideño, la iluminación es algo más intensa, una suave y apenas perceptible música evoca el tintín de las campanitas, los abetos, los muñecos de nieve, el trineo de los renos, los patinadores en las pistas de hielo, el barbado gordinflón, jo-jo-jóó, en rojo y blanco…, y no aparece por ningún rincón el temible árbol de navidad; si acaso, alguna flor de pascua colocada estratégicamente pone su llamarada púrpura en una repisa o en una hornacina. El tópico navideño se manifiesta con elegante delicadeza en todo su trillado esplendor. No ha sacado el cuadernillo de notas del bolsillo de la trenka, olvidada sobre la silla cercana, ni lleva periódico con el que ampararse. A esta hora de incipiente anochecida, se le ha acercado y, risueña, no disimula su sorpresa con breves frases musitadas en un tono casi confidencial, hola, buenas tardes, me alegro de verlo, ¿qué le pongo a esta hora?. Lo de siempre, para no variar, ha respondido él con una mediana sonrisa. Y se siente invadido por una alentadora calidez cuando descubre que, junto al del café, le ha colocado otro platillo con dos bombones que parecen dos delicadas joyas.
Ha esperado paciente a que terminara su turno de la tarde y la ve salir, transfigurada, con chaquetón guateado, gorro atrevido de lana, bufanda de enrollado multicolor y botitas y guantes rojos. La ha seguido hasta la parada del autobús y, detrás de ella, le bastaría con tocarla en el hombro para cerrar este cuento con el desenlace que a cada cual se le ocurra.    
Diciembre, 2014
Cuadernillo de Notas, 38

La Vida como Viaje (Peregrinatio Vitae)
También se puede viajar sin desplazarse uno de un lugar a otro. Llevo desde los últimos tres meses viajando sin apenas trasladarme físicamente por fuerza mayor. Exactamente 65 días de recorrido alrededor de mí mismo. No se entienda como una manifestación de  impúdico ego en forma de agenda o de invención seudoliteraria a la que trato de agarrarme. No, no es eso. Es menos y más. Una purga. Tal vez sería el recorrido que emprendieran los perezosos, los enfermos,  los hastiados, los anacoretas…
Cualquiera podría viajar como yo lo estoy haciendo. No me ha supuesto ni un esfuerzo físico insuperable ni una inversión extra de dinero e ignoro, en el día de hoy, cuánto puede durar este periplo aunque estoy seguro de que, de una manera u otra, inexorablemente, ha de acabar. Trato de acorazarme contra el aburrimiento y el hastío: situado en unas coordenadas casi precisas (40º20’22’’N - 3º31’05’’O); estoy rodeado de centenares de libros, de discos de música (culta y de las otras), de fotografías evocadoras.
                                                      
Por el ventanal me asomo a un jardín cuidado y geométrico en el que se alternan palmeras enanas con cipreses elegantes nada fúnebres, arbustos de flor y hojas multicolores, con estilizadas farolas rematadas por globos que en la noche aportan un toque espectral. En este caminar estático, que no es otra cosa que una excursión a mí mismo, me encuentro con amigos y conocidos a los que evoco en Florencia, en Oporto o en Cáceres con sus cigüeñas.
Sobrevivo, en el sentido literal de la expresión, por la gracia y el acierto de mi Hada del Otoño.
Del miércoles, 16 de septiembre de 2015

sábado, 14 de noviembre de 2015

Auto-retrato
Este que veis aquí, de rostro marcado por el tiempo, escasa melena, que hace años fue más oscura que trigueña y hoy grisea, y la barba de un schnauzer gris y discreto, ése, digo, soy yo. Mi vida, como la de muchos de mi generación, ha sido un devenir de circunstancias varias, algunas penosas e irreversibles, nomadeos que no buscaban a propósito el riesgo, ni exotismos lejanos, ni mucho menos superar retos o alcanzar plusmarcas: no cuánto se ve y se recorre sino cómo se ve y se recorre el camino. El placer está en el camino y la nostalgia en la llegada.
Algunas ciudades de aquí y de allá me han marcado de manera indeleble y siempre las llevaré en mi corazón y en mi memoria. Las mujeres, generosas sin excepción, me han dado, sin demasiados merecimientos por mi parte, hospitalidad, amor, amistad, ternura, placer y algunos malos ratos que recordar no quiero.
He vivido de mi constante trabajo sin obnubilarme con la ganancia. Nunca he buscado ni me ha movido la avidez por el dinero: en momentos de bonanza lo he gastado con liberalidad pero sin dejarme llevar por un alocado despilfarro caprichoso, y cuando no, mi condición espartana ha asumido sin dramatismos la austeridad. Nunca lo he pedido a persona alguna ni he tenido más  deudas que las inevitables con eso que algunos llamamos “el imperio del mal” y otros la puta Banca.
Y ahora una declaración de principios: en el momento presente no milito en ningún partido político y ni estoy afiliado en sindicato alguno ni me cobijo bajo ninguna bandera y siento un intenso rechazo por la mayoría de los profesionales de la política que nos gobiernan en su propio beneficio. Por esto creo que sé, aproximadamente, dónde estoy.
He sobrevivido gracias al ejercicio de una profesión tan respetable como poco respetada por una sociedad (en este país se puede seguir esgrimiendo el dicho “pasar más hambre que un maestro- escuela”) que con su actitud manifiesta su propio envilecimiento.
Tan sólo una ambición he mantenido desde mi temprana juventud por encima de otras que, en comparación, me siguen pareciendo insignificantes: escribir, y escribir algo que me satisficiera lo suficiente como para que superara mi natural y, creo, exigente autocrítica. He escrito mucho y apenas si he publicado algo. No me puedo quejar de no haber alcanzado ni siquiera el escalón más modesto de la gloria literaria. Y eso que lo he intentado, pero hay que tragar mucho para obtener un parco reconocimiento: mejor no (no están maduras, dijo la zorra a las uvas). Desde hace algún tiempo reparto mis actividades entre la escritura, la lectura y, sobre todo, la relectura, que me proporcionan más placer, y otros afanes que me compensan de mis tribulaciones: el cariño atento de mi hija, el amor del hada del otoño, los afectos de mis amigos, la cocina, las artes y los viejos oficios, la fotografía, los viajes (los reales y los imaginarios), la mesa y el mantel siempre compartidos, y las charlas inacabables con la gente que me interesa, es decir, que encuentro interesante.
En el presente, he empezado a prestarle algo más de atención al equilibrio físico (en el sentido literal y figurado de la palabra) y mental. Si llego a mantener la cabeza lúcida y en su sitio, el cumplir años no será una tragedia. He vivido lo suficiente como para darme cuenta de que apenas entiendo de qué va esto que se llama la vida, ni sé si tiene algún sentido.  
Este es mi inacabado retrato. Si no os satisface, lo podéis modificar a vuestro antojo añadiéndole rabo y/o cuernos, un parche en el ojo, un loro sobre el hombro, una peluca, o borrándole alguna de sus (mis) partes.
No estoy seguro de casi nada pero he comprobado que, con el paso del tiempo, cada cual tiene la cara, o el careto, que se merece (sin excluir a aquellas personas que se someten a los estragos de la cirugía mal llamada estética, faena de chapa, pintura y tuneado). Echen una ojeada a su alrededor o mírense en el espejo. Como yo lo hago aquí, más abajo.