Mi musa cargante
Se puede tener
un gusto extraviado o, incluso, tener mal gusto. Lo peor, sin embrago, es tener
un gusto estreñido, recalentado. Si uno no conociera de nada a MariPili, por
sus vestimentas se deduciría una personalidad tan apretada, tan mendruga que
bien podría esperarse que emitiera sus pensamientos en forma de coprolitos
mentales y que el pensamiento mismo fuera de una consistencia retestinada y
cementosa.
Continuamente frente al espejo y en el escaparate, yo no me imagino
a MariPili, y eso que lo he intentado, desgajándose, aspirando relajada,
desparramándose placentera… Todo parece duro y afectado en MariPili, al punto
que cuando se ríe, jamás a carcajadas francas, es como si
se le desatornillara un perno, como si se le aflojara una charnela.
En posición
estática, ya sea de pie o sentada frente a mí y al mundo, los codos pegados al
cuerpo, los brazos cruzados soportando o levantando el busto, el ajustado
pantalón malla, los zapatitos de chica modosa eternamente del Preu en colegio de
monjas de provincias, la chaquetilla corta y estrecha que permite apreciar un
culo apretado y metido para dentro, es el modelo perfecto para formarse en
papel maché, tan producto de la reiteración, que difícilmente se sale del
uniforme de mujer-ya-no-joven que ejerce su profesionalidad con más rutina que
entusiasmo de funcionaria sin identidad, que
nunca se enfrentaría al superior abiertamente pero que rezonga por lo
bajo y procura/induce a que otros den la cara y le solucionen sus tacañas
reivindicaciones. Ni se logra sacar una pizca de jugo de lo que dice ni se
adivina un gramo de locura en lo que hace. Todo en ella está cepillado, planchado,
esmaltado, recontado: es la imaginación en grado cero que ni se sale del
presupuesto ni de lo calculado. Su mundo es el de la obviedad en lo intelectual,
en lo sensual. Cada vez más repetida, cada vez, en fin, más irrelevante… Pero
es mi musa, la inspiración de mis ensueños masoquistas con pesadilla.