martes, 31 de octubre de 2017

Mi musa cargante

Se puede tener un gusto extraviado o, incluso, tener mal gusto. Lo peor, sin embrago, es tener un gusto estreñido, recalentado. Si uno no conociera de nada a MariPili, por sus vestimentas se deduciría una personalidad tan apretada, tan mendruga que bien podría esperarse que emitiera sus pensamientos en forma de coprolitos mentales y que el pensamiento mismo fuera de una consistencia retestinada y cementosa.
Continuamente frente al espejo y en el escaparate, yo no me imagino a MariPili, y eso que lo he intentado, desgajándose, aspirando relajada, desparramándose placentera… Todo parece duro y afectado en MariPili, al punto que cuando se ríe, jamás a carcajadas francas, es como si se le desatornillara un perno, como si se le aflojara una charnela.
                                                                                                     
En posición estática, ya sea de pie o sentada frente a mí y al mundo, los codos pegados al cuerpo, los brazos cruzados soportando o levantando el busto, el ajustado pantalón malla, los zapatitos de chica modosa eternamente del Preu en colegio de monjas de provincias, la chaquetilla corta y estrecha que permite apreciar un culo apretado y metido para dentro, es el modelo perfecto para formarse en papel maché, tan producto de la reiteración, que difícilmente se sale del uniforme de mujer-ya-no-joven que ejerce su profesionalidad con más rutina que entusiasmo de funcionaria sin identidad, que  nunca se enfrentaría al superior abiertamente pero que rezonga por lo bajo y procura/induce a que otros den la cara y le solucionen sus tacañas reivindicaciones. Ni se logra sacar una pizca de jugo de lo que dice ni se adivina un gramo de locura en lo que hace. Todo en ella está cepillado, planchado, esmaltado, recontado: es la imaginación en grado cero que ni se sale del presupuesto ni de lo calculado. Su mundo es el de la obviedad en lo intelectual, en lo sensual. Cada vez más repetida, cada vez, en fin, más irrelevante… Pero es mi musa, la inspiración de mis ensueños masoquistas con pesadilla 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Florián, matador de novillos y toros

El hombre que fue niño hace tantos años mira hoy, apoyado sobre el parapeto de piedra, el discurrir denso del río que cabrillea con efecto casi hipnótico.
 
Aquel verano me pasé muchas mañanas tanteando con el sedal de nailon la poza bajo el paredón de la muralla, lindante con el edificio conventual que llamaban, no sé si con sorna, el palacio de la mora, que en otros tiempos había sido casa-cuartel de la Guaardia Civil y que ahora servía como refugio para los pobres de solemnidad y para que los muchachos campáramos por rincones telarañosos, corrales llenos de maleza y tinaos a punto de derrumbe. En ocasiones, me juntaba con otros de mi edad para echar la caña en la corriente impetuosa del canal de la aceña, hoy fuera de uso y abandonado. Y Florián podía aparecer en cualquier momento. 
 
Que una persona mayor descendiese a entablar conversación con gente de nuestra edad, no era habitual: los adultos estaban demasiado ajetreados y ya nos cuidábamos de no atraer su atención, por si acaso. Florián sabía que yo era el nieto de mi abuelo y conmigo hablaba, quizá porque viniendo de la capital, tal vez me consideraba por encima de mis compinches de correrías. Antes de que nos amistásemos, yo había oído cosas sobre él, una mínima leyenda que le proporcionaba una reputación dividida: para la mayoría era un vivalavirgen que explotaba su buena facha y el crédito de honradez de su familia; otros lo veían como una víctima de la mala suerte y la falta de padrinos, e incluso había quienes, y no eran los menos, lo consideraban como un caso de fabulación e impostura risibles.
Sentado sobre el muro, con los pies colgando sobre la corriente y la caña entre las manos, lo veía llegar con andar airoso, las ropas limpias aunque desgastadas, el pelo atirantado por el fijador se le encaracolaba en el cogote, la piel tostada, recién afeitado, los ojos claros y la gorra con visera, de torero en el campo, una imagen sobria y aseada. A mí me parecía un hombre mayor porque debía sobrepasar los treinta, o así.
— ¿Qué, pican? ¿Qué cebo estás usando, chico?
Con un gesto le señalaba el bote de hojalata en el que, entre tierra húmeda, se movían las lombrices gruesas de color rojizo.
—A ver, recoge la línea, Mendozín.
 Sacaba la petaca y se ponía a liar un cigarro. Siempre se dirigía a mí con el diminutivo de mi apellido y no me importaba.
—Esa ya no sirve. Está ahogada. Tienes que cambiarla por una viva, que se mueva.
Desensartaba la piltrafa, me aplicaba a la tarea de enhebrar una reciente, resbaladiza por la baba, con tan poca habilidad que Florián, con el cigarro encendido entre los labios, asumía la faena y con dedos ágiles cubría enseguida todo el anzuelo con la masa viscosa que se enroscaba y desenroscaba en una danza minúscula. Se limpiaba cuidadosamente las manos con el pañuelo y echaba el humo por la nariz. Yo lo miraba encandilado.
—Fíjate, muchacho. Que no se le vea la punta al anzuelo, ¿eh? Y ahora lánzalo lo más lejos que puedas y dale hilo...
Y yo lo hacía todo tal como él me indicaba. Me señalaba con el dedo los burbujeos en la corriente para que yo dedujera dónde podía hallarse una posible víctima, o seleccionaba la mosca que había de colocar en la torrentera para enganchar, con maña y un poco de suerte, una boga plateada. Con él creo que aprendí cosas, algunas relacionadas con mi afición a pescar, hacer nudos y lazos y todo eso, y también muchas buenas palabras llenas de sentido.
—Oye, Florián, ¿es verdad que una vez estuviste toreando en Méjico?
Cuando llegaba a la casa con una decena de pequeños peces plateados, enfilados en una juncia, repetía con suficiencia las lecciones del maestro.
— ¿Y en esto pierde el tiempo ese vago? Un señorito pobre que le debía dar vergüenza vivir a costa de su hermana y su cuñado. Más le valiera trabajar y no estar a la sopa boba. Y si no empinara tanto el codo mejor le iría.
Este era el contundente parecer que mi abuela tenía del Florián. Me irritaba que pensara que era un haragán porque no era cierto. A veces, toreaba en el campo y también por los pueblos. Él me lo había contado y yo quería creerlo. En lo de que le gustara el vino yo no entraba: eso no era ni bueno ni malo porque en el pueblo todos bebían, menos mi abuelo, que sólo tomaba café en el casino y el té cuando íbamos a visitar a don Saturnino, el administrador del marqués y que, además, era el padre de la señorita Julia.
Yo veía a Florián pasar y repasar, con aire decidido, por la calle Ancha de la Iglesia y llevarse la mano a la visera de la gorra, con un gesto de disimulada cortesía, al cruzar frente a la Casa Grande. El mirador encristalado parecía vacío, pero una casi imperceptible ondulación tras los visillos decía que ella lo había visto. Y yo deseaba que a Florián no todo le fuera tan mal.
En la barbería de Fidel, con las puertas abiertas de par en par a la Plaza por el calor, entran y salen, sólo hombres, para desmenuzar las insignificantes noticias locales que dan juego durante días. La peluquería es el mentidero del pueblo. Desde una balda pegada a la pared, ameniza la espera la radio con música y anuncios del coñac Fundador, “que está como nunca”. Mientras Fidel se ocupa en afeitar a don Ramón, el de la Fábrica, el aprendiz amontona con un cepillo de palo largo los despojos de un corte de pelo que se lleva en un cogedor de madera. Otros y yo guardamos turno sentados en un banco corrido. También están aquellos que se no van a arreglar y han entrado para echar un cigarro y una parrafada.
— Un chuleta y un calavera. Menuda joya. Dicen que fue a ver a don Saturnino, para pedirle trabajo en la dehesa del marqués y que el administrador lo echó a patadas de su casa.
— Menuda leche tiene el tío, que se cree alguien porque lo protege quien lo protege, pero no deja de ser un empleado, vamos, como un criado pero en más categoría.
— Florián se quedaría acojonao, si lo sabré yo. La otra noche en la taberna del Rana, cómo nos reímos ¿verdad, usté?. ¡Qué gracia tiene este don Ramón! ¡Y qué tajada llevaba el maestro!... Si hasta hizo usté que toreara a una silla. Vamos, para mearse, ¿verdad, usté?
El peluquero nunca me cayó bien, sobre todo cuando trataba de hacerse el simpático dándole coba según y a quién y, además, porque todo él estaba impregnado del olor a lociones y perfumes de la peluquería.
—Un perdulario y un cantamañanas. Y como torero, ya lo habéis visto en las últimas fiestas, cuatro pases y a la hora de la verdad con más canguelo que un maleta. Estaba cagao. Mucha fachenda pero nada más. Y dice que va a torear en plazas de verdad..., ¡no joda! Lo que yo os diga, un cantamañanas.
—En eso tiene usted razón, porque ya nadie le hace ni puñetero caso..., si no es para chotearse de él.
— ¿Y lo de la señorita Julia? ¿Qué me dicen? Eso sí que ha sido una campaná. Se ha largado, así, de pronto, con su tía, la que vive en Salamanca. Parece que el padre y la hija la tuvieron buena, pero la tía se puso de parte de la sobrina y el padre no tuvo más remedio que tragar. A don Saturnino le ha debido sentar a cuerno quemao, ¡joder!, con la soberbia que se gasta el tío...
—A ver... Y todo con el galfarro del Florián por medio. Pero una chica ya mayor y con su propio capital..., bueno, lo que heredó de su madre, que en paz esté, puede hacer lo que ha hecho.
— Cuando llegó aquí ya era una mocita con aire de duquesa, un pimpollo que a más de uno les hacía poner ojos de besugo. Y si no, que se lo pregunten al mayor del boticario, el que estudiaba en Madrid.
— De eso ya hace tiempo. Ahora es una real moza, una mujer cuajada. Y con la misma seriedad de siempre, pero en más amable.
— Julia ya no cumple los treinta, seguro. El don Saturnino y su mujer vivieron en Los Berruecos bastante tiempo y se vinieron al pueblo, yo creo que por la hija, que de jovencita había estado interna en un colegio de monjas en Salamanca.
—No es persona para vivir en este lugar de chichainabo, y pasarse en el campo temporadas largas, y mucho menos desde que murió la madre. Tiene la finura de otra educación. Y lo bien que toca el piano. Eso sí: a todos se les nota que son castellanos, así de secos y estiraos.
Fidel, al tiempo que con obsequiosidad cepilla los hombros y las solapas del traje de verano de don Ramón, deja caer una pregunta.    
- ¿Creen ustedes que la chica todavía es virgo o se la habrá beneficiao algún afortunao?
Se hace un silencio momentáneo. El hombre más rico de los presentes se siente obligado a mostrarse sensible.
¾ Fidel, Fidel, que hay ropa tendida, so melón.
Le recrimina sin acritud desde su condición de dueño de la Fábrica, mientras los demás asienten. Yo finjo, embebido en las páginas de un Ruedo atrasado, no haber oído nada aunque no haya comprendido muy bien lo que ha querido preguntar el barbero.
Tras el suplicio de la tijera, la maquinilla, otra vez las tijeras y, por último, rematar el cogote y las patillas con la navaja, me miro en el espejo y me encuentro con las orejas más despegadas del cráneo que nunca y estoy seguro de que hasta me han crecido, como soplillos. Voy hecho un verdadero cromo. El picor me incordia por todo el cuerpo pero al menos estoy en la calle y me siento a salvo de la brisa mareante de perfumería. Bañándome en el río con los habituales me libero de los últimos residuos de la rapadura. Todavía habré de soportar que alguno me repita la cantinela de siempre: ¿quién te ha pelao, que las orejas te ha dejao?
Me extrañaba no encontrar a Florián por las orillas de la ribera donde solemos coincidir, por la Plaza o paseando arriba y abajo la calle. Hoy hasta me he llegado al herradero. El señor Ángel, maestro herrador y ayudante del veterinario, se ocupa en herrar una vaca retinta suspendida y atada en el potro. Su hijo, un muchacho mayor con bigotillo a lo artista de cine, le acerca herramientas, aviva el fuego con el fuelle de manivela donde enrojecen las láminas de hierro que van a ser moldeadas en la bigornia. Me quedo un rato observando y haciendo preguntas. Ya me conocen y aguantan mi curiosidad con paciente amabilidad. Indago sobre el Florián pero nada. No lo han visto en estos últimos días.
Cuando entro en la cocina con mi exigua captura, me doy cuenta enseguida de que mi tía y la Andrea hablan de él. Por el aire se extiende el familiar olor de los vapores del cocido.
¾ Y fíjese usté, la Rufi dice que tóo viene de la pelonia que tuvo con don Saturnino. Ya sabemos lo colao que está ese piernas por la señorita, pero que ella sacara la cara por él delante de su padre, eso quién se lo iba a imaginar
— Ya. Parece que la relación empezó cuando se encontraron el pasado año en las tientas que organizó el marqués para la gente gorda que vino, con toreros de postín y comilonas y cacerías que duraron una semana.
― La señorita Julia y doña Mercedes se fueron en el taxis a la estación, a coger el tren. Y llevaban un equipaje que pa’ qué. La Rufi me dijo que su ama se había llevao tóos los vestidos, y las otras cosas las había embalao pa’ que se las manden a Salamanca.
La Andrea se seca las manos en el delantal, levanta la tapadera de la olla más grande y añade agua caliente con un cazo.
— Pero la custión viene de más antiguo, no crea. El Florián lleva paseando esta calle más de dos años, y siempre mirando pa’ los balcones del don Saturnino, que eso lo hemos visto tóos. Y en los toros de San Buenaventura de este año, cuando salió a la plaza, no quitaba ojo del balconcillo onde estaba la señorita.
Mi tía trata de mantener una postura de escaso interés pero se queda a medias.
¾ Sí, sí. Pero no sé por qué ha de meterse la gente en eso. Algunos envidiosos se alegrarán de que la familia de Julita Vallejo esté hoy en boca de todo el pueblo.
La Andrea, en tono cómplice, prosigue con su aportación más personal.
 ¾ Pues le cuento. Desque lo echara al Florián de su casa de tan malas maneras, la señorita y el señor discutieron y ella, sin soltar una lágrima, le dijo a su tía que se iba con ella, y el padre la amenazó que si se marchaba que apechugara y que no se le pasara por las mientes volver. Doña Mercedes la defendió, y de paso le dijo a su hermano cuatro verdades, que si era un penco sin sentimientos y que así no se trataba a una hija y cosas por el estilo.
— Es que don Saturnino es mucho don Saturnino. No sé cómo le aguantaría eso ni siquiera a Mercedes. Al Dieguito lo mandó al campo y allí sigue, como si estuviera desterrado, y sólo porque le dijo que no quería seguir de interno, que prefería estar en Salamanca a pensión en una casa. Y del hijo mayor quién sabe por donde andará...  Si la madre les viviera sería otra cosa.
—Pues porque se metió por medio doña Mercedes, qué si no... – Andrea sigue a lo suyo– Todo esto, y más que no me ha querío contar, lo oyó la Rufi con la oreja tras de la puerta. Hay que ver qué historias pasan en esa casa, ¿eh?
Mi tía debe considerar que hay que recuperar la distancia y recordarle de alguna manera a la Andrea que, a pesar de todo, es una criada.
—Vaya par de dos que estáis hechas la Rufina y tú, tú y la Rufina. Habrá que oír lo que le vas contando a ella de la nuestra. En todas las casas cuecen habas y en la de los Vallejo a calderadas, y la gente está más pendiente de lo que hacen y de lo que dejan de hacer porque siguen siendo unos extraños que casi no se relacionan con los del pueblo. Y esto no le gusta a nadie, por muy administrador del marqués que sea, y da pie a que se inventen coplas y se hable más de la cuenta. 
Mientras la Andrea protesta con exageración ante la más que probable insinuación de mi tía, yo disimulo destripando con cuidado las boguillas con las tijeras de la cocina.
—Y esa es otra, –insiste la Andrea porque sabe que mi tía disfruta con estas habladurías– porque del Florián nadie sabe nada desde entonces. Le dijo a su hermana que salía a tomar un vaso donde el Rana y no se le ha vuelto a ver más. Eso dicen. Desde luego no creo que se haya puesto a trabajar. No le dará el naipe por ahí, no.
De repente la Andrea ha reparado en las resultas de mi obligada visita a la barbería y no puede sustraerse a recordarme mi aspecto.
― ¡Ay, madre!, que cómo me han dejao a mi Luisín de guapo. Si parece más mayor. Seguro que hasta lo han afeitao y le han puesto colonia. ¿A que sí, mi prenda?
Finjo estar tan embebido en la faena y le contesto con alguna burla a propósito de su novio, que está de sorche en Gerona pasando más frío que un negro en el polo norte, y lo más seguro es que se haya echado allí otra novia, más guapa que tú, porque sé que se enfada si se lo digo.
Continúan su cháchara, ahora sobre los guisoteos para el almuerzo y yo me salgo al grifo del corral para lavarme las manos y ver de quitarme el olor a peces porque todos los gatos se vendrán tras de mí.
Habían pasado algunos días desde el extravío del torero infortunado y durante el almuerzo, los mayores hablaban de asuntos a los que yo no solía prestar atención. En un momento surgió lo que seguía siendo la comidilla del pueblo y como en el Ayuntamiento también se chismorreaba, mi abuelo traía noticias de última hora.
—Ayer volvió de Salamanca Ramón, el de la Fábrica, y se encontró a Florián de camarero en Las Murallas y cuando le contó lo del arrechucho que le dio a Saturnino después de toda la gresca que tuvo con él, dice que dijo “¿y no se ha muerto?, que se joda ese cabrón”. Y es que ese muchacho no cambia. Y sigue con sus novelerías. ¿Pues no le aseguró que le había salido contrato para torear en Ciudad Rodrigo y en un festejo en la Almeida de Portugal? Y es que no tiene arreglo…
Nunca supe si se cumplieron o no las novelerías de Florián, pero me alegré al oír aquello. Me alegré por Florián, matador de reses bravas, novillos y toros, y camarero circunstancial por amor.
— ¿La señorita Julia va a volver pronto?
—Tú, niño, come y calla, y no te metas en conversaciones que ni te van ni te vienen. Y si has acabado, ya te puedes levantar de la mesa. Y lávate las manos. Y los dientes.
Siempre obedecía a mi abuela sin demorarme porque era la mejor manera de tenerla contenta y de conseguir mis propósitos.
Las vacaciones estaban a punto de acabar y pronto tendría que volver a la ciudad, con mis padres y mis hermanos, a lo de siempre. Al darme cuenta de que no vería más a la señorita Julia, sentí como una pesadumbre, una congoja. De Florián sí que tuve noticias, pero eso ya es de otra historia.
 
El hombre, sentado en el muro con los pies colgando, observa cómo el río se renueva constantemente con el agua que baja de la sierra, celada por nubes grisáceas. El cauce parece más ancho, más oscuro y remansado, pero amenazador, como si fuera otro río. La tarde tormentosa empieza a desflecarse en una lluvia fina, suave e intermitente al principio, después en aguacero y tronada. Es el otoño que llega.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

In memoriam de Pepe Navarro

Ayer falleció mi amigo y compañero el catedrático de Latín José Navarro Bernedo, andaluz de pro.
Siempre recordaré a Pepe como el latinista exacto para transmitir conceptos, explicar significados poco usuales en las palabras y aclarar tantos aspectos de la cultura clásica que recibíamos con agradecimiento. Y todo esto lo resolvía con su finísimo sentido del humor y la cordialidad que trasladaba a sus alumnos y así como su sencillez en el trato, su elegancia en la actitud y en el vestir diario. En resumen, una persona encantadora con la que era un gusto conversar y convivir.
Su afición a las corridas de toros era bien conocida por todos los que fuimos sus próximos y gozábamos cuando nos ilustraba con su vastísimo conocimiento de todo lo que se relacionaba con el arte taurino.
No puedo dejar de mencionar a su esposa, Soledad Galera, igualmente profesora, que tan diligentemente ha cuidado a Pepe en la salud y en la enfermedad, a la que envío un cordial abrazo.

Requiescat in pace.        

domingo, 13 de agosto de 2017


"Todo lo bueno acerca a Dios, como el vino…" declaraba fray R*, de una comunidad conventual de Navarra, en la que los monjes elaboran un vino, excelente según paladares autorizados, desde hace siglos y que ahora ha decidido sacarlo al mercado. 
Identificándome con el buen fraile, me han propuesto que componga algo como un CANON con aquellos asuntos que contribuyen a mi elevación espiritual y espero que, de alguna forma, me acerquen al Creador. Amén. Como la enumeración de todo lo que me parece bueno sería demasiado extensa, la he limitado a unos cuantos motivos, bien entendido que carecen de validez permanente y que están ordenados de manera caprichosa y no por orden de preferencia.  
1. Leer y releer continuamente El Quijote. Y a don Francisco de Quevedo y a M.J. de Larra y El Cuarteto de Alejandría y la poesía de Pablo Neruda y los cuentos de Anton Chejov y los relatos de W.Faulkner y los escritos de J.L. Borges y La casa de Bernarda Alba y los Episodios Nacionales de Galdós y algunos más.
2. Viajar sin prisa non importa a dónde, poner la oreja y pegar la hebra a lo largo del camino.
3. El CINE: ver y rever “La noche americana”, “Manhatan”, “Muerte en Venecia, “El hidalgo de los mares”; “Sabrina”, “Mi tío”, “La Strada” y “Amarcor”, “Casablanca”, "El apartamento", "La vida de Brian" y unas doscientas más y más.
4. El Románico del norte de Palencia y de Burgos. La Place des Vosgues, en (el Marais) París; la Dama de Elche en el Arqueológico de Madrid; Oporto, Lisboa, el Algarve y os irmaos lusitanos; Picadilly Circus en Londres; la Mezquita de Córdoba; la Plaza Mayor de Salamanca y la de Madrid; la Piazza de la Signoria en Florencia; y varias docenas más.
5. Almorzar los viernes con mis amigos en Solanitos`House.
6. La MÚSICA: J.S. Bach, Louis Amstrong y Duque Ellington. W.A. Mozart casi siempre; y Rasmaninov; y los que cantan: G. Brassen, Sabina, J. Krahe, Alberto Pérez y La Mandrágora y quinientas de más, por lo menos.  
7. El besugo, las sardinas, la lubina y el bonito. Y todas las ensaladas.
8. Mi hija siempre; a veces.
9. Escribir con pluma estilográfica y tinta negra sobre papel verdugado.
10. El TEATRO como género y como representación, “Historia de una escalera”, “Esperando a Godot”, “El Mercader de Venecia”; “La dama boba”, y ¿tresciesntas y pico? 
11. Mi Hada del Otoño, cada día.
12. Fotografiar en B/N y en color.
13. “El jardín de las delicias”, del Bosco, en el Prado; “La vista de Delft”, de Vermeer en el Museo de Mansthuis, de La Haya; y el Louvre, y el Guguenhein, y el de Cuenca y ...
14. Las cigüeñas blancas, y las negras, y los halcones peregrinos, y las rapaces en general incluidas las nocturnas.
15. Regalarle algo a alguien porque sí.     
16. La piel dulce de la mujer amada. Y la discreción en los asuntos del eros y del tánatos.
17. La Concha de San Sebastián en otoño y El Parque de Montfragüe en una primavera lluviosa, La Praça do Carmo y el Mosteiro dos Jerónimos en el verano lisboeta.
10. El “Retrato de cardenal”, de Rafael Sanzio y el “Autorretrato”, de Durero, en el Prado, .
19. Investigar sobre temas inútiles. Pasear despacio por la Cuesta de Moyano.
20. Releer “Las joyas de la Castafiore” con el fondo del piano de Duke Ellington, una copa de fino al alcance de la mano en tanto llega el momento de reunirnos con los amigos para charlar sobre esto, aquello y lo de más allá. Y volver a empezar ...

viernes, 9 de junio de 2017

No te lo crees ni tú

Me llamo Paulina aunque desde siempre todos me dicen Lina, y con Lina me he quedado aunque en el DNI aparezco como Paulina González Garamón. Siempre he vivido en Madrid, o mejor dicho, en Carabanchel Bajo. Mi abuela me dejó al morirse el quiosco por haberla cuidado cuando ella ya no podía ni moverse y yo me quedaba al frente del negocio como única responsable. Y de esto me he mantenido desde hace más de veinte años. 
Tengo cuarenta y dos tacos y desde los dieciséis, que dejé el Instituto sin acabar el 1º del BUP porque aquello no era lo mío, ayudé a mi abuela en su quiosco de periódicos, revistas, libros y chucherías, que, con los tiempos y las crisis, han terminado por convertirse en una especie de chamarilería de cosas inacabables.
Mi madre se desentendió de mí y de mis dos hermanos, uno mayor que yo y otro más pequeño, y se marchó a Valencia a trabajar en una fábrica de pantalones vaqueros y, sobre todo, decía ella, para estar cerca del mar. Esto sucedió al poco de que nuestro padre, perdida la cabeza por el alcoholismo y con la vista muy reducida, se alocara (era relojero, y en los buenos tiempos que yo ni recuerdo, llegó a tener taller propio), se volviera loco, repito, por los páramos de la Mancha, recorriéndolos en bicicleta sin finalidad alguna y manteniéndose unas veces de trabajillos menudos y pasajeros y otras de la caridad de la gente.
Todo el tiempo hemos vivido en Carabanchel de lo que mi abuela sacaba, con mi ayuda, del quiosco que tenía  en un buen sitio del barrio de Argüelles. Mi madre ahora vive en Alicante, está jubilada por la artrosis y por la columna que la tiene hecha cisco; de tarde en tarde se viene a Madrid, se queda en la casa de mi hermano mayor, casado y con una niña pequeña, durante una semana o así, más por la nieta que por nosotros, y se vuelve a la orilla del mar, y ya hasta cuando le dé otra vez la ventolera por venir.
De mi otro hermano, más pequeño que yo, prefiero no hablar. Iba a empezar el BUP cuando mi padre dio la espantá y después de muchos problemas dentro y fuera del colegio, se enredó en la mierda de la droga, al principio el porrito, el canutito y yendo a más, desintoxicaciones y malos pasos y peores rollos, hasta las cejas con la heroína y se metía todo lo que le cayera a mano. Malvivía con el trapicheo, y de bajarse al moro, y de hacer de mulero, hasta que lo trincaron una vez y otra y otra… Yo lo sacaba como podía pero no había manera. Murió del sida y de todo lo que llevaba por dentro en una cárcel de Burgos, ahora va a hacer dos años.
He tenido desde los diecisiete años relaciones que duraban más o menos. Aún me acuerdo la primera vez que me enamoré; él tenía veinte y trabajaba en una pescadería de lo mejor en la misma calle donde está el quiosco, era el hijo del dueño y a su padre le parecía poco la nieta de la quiosquera. 
Después vinieron otros. Uno que decía que era actor de teatro aunque nunca le vi hacer nada más que de bulto como extra. Un italiano, no tan guapo como dicen que son, que conocí en unas vacaciones en Calella. Y de otros que no me acuerdo ni de sus nombres. Sí que me acuerdo de Ramón porque me llevó a un concierto de jazz y al café Gijón donde había escritores y gente inteligente y al Museo del Prado que es una pasada y al teatro varias veces, y porque me enseñó tantas cosas en la cama y fuera de ella que no podía ni imaginar, y a hablar en voz baja y a escuchar lo que dicen los demás; duró poco, siete meses o así, hasta el día que me dijo que se tenía que ir a una universidad de los Estados Unidos por un curso y que me llamaría cuando volviera; lo echaba de menos porque cada día se pasaba a comprar El País y revistas de intelectuales y a pegar la hebra, que no es por presumir pero yo sé, y por cómo babean los tíos, que estoy bastante buena. Tenía unos cuantos años más que yo y era tranquilo y llevaba con paciencia mi ignorancia; lo admiraba y creo que me había colgado un poco de él; y la colgadura me duró hasta aquella noche en que salí a dar una vuelta con mi amiga Afriquita que me ayudaba, pagándole un dinero, en lo del quiosco, y por tirarme el moco con ella, que es más inculta que yo todavía, la llevé al café del cine Doré, que me había enseñado mi novio, y allí, en una mesa, me lo encontré al muy cabrón con una jovencita que tenía toda la pinta de una pija de su universidad; se hizo el loco como que no me veía pero me acerqué y le dije, en voz bien alta, oye, yo te conozco a ti, me dejé que me follaras  hasta que me aprobaste en el examen de tu asignatura y ahora veo que estás haciendo lo mismo con esta pibita, profe de mierda; se quedó mas cortado que una paraguaya, y volviéndome con el más puro estilo tipo carabanchelero, dije: ¡hala!, Afriquita, vámonos de aquí, que este sitio apesta a un cabrón hijoputa. Estuve moqueando unos días, pero todo se pasa. Ya no quiero ni recordar a los tíos que me he tirado en los últimos tiempos.
Y entonces me lo encontré. A mi Kevin, a mi amor, a mi lucero y sol y luna de mi vida.No existe ningún otro desde que encontré a mi Kevin de mi alma, el hombre que ha cambiado mi vida de verdad,  pero de verdad de verdad.
Mi Kevin hacía de monitor en el centro de mantenimiento de la piscina a la que iba el año pasado para ponerme en forma y pasar en la playa dos semanitas en agosto, que no hay para más por la típica crisis de la que todo el mundo habla, y joder cómo se nota! Enseguida me di cuenta  cómo me miraba el guapazo del Kevin y me quedé prendada de él. Mi Kevin es de Bolivia, tiene cuarenta años, alto guapo de pelo castaño tirando a rubio y los ojos de un gris clarito. Y un cuerpo de ensueño y unos dientes perfectos, y un hablar dulce y meloso que me emboba. Cuando llegó aquí fue hasta boxeador y conductor de una furgona de reparto y ahora monitor de gimnasio. Desde que estamos juntos me río más y me lo paso de puta madre porque me lo da todo en la cama y fuera de ella. Estoy loca por él y ha cambiado mi vida de verdad, pero de verdad. Nos vamos a ir a su país cuando pase el verano. Nos casaremos y viviremos en Sucre o  en La Paz. Con el dinero que me dan por el kiosco y por mi casa y con los dólares que mi amorcito va a sacar de unas casitas y unas finquitas, heredadas de una tía suya  fallecida recién allá en Bolivia, ya tenemos pensado poner un negocio con el que podemos vivir como reyes en un país que ya me encanta sin haberlo visto más que en fotos.
Afriquita, que es una aguafiestas y me tiene una envidia que no puede disimular, no se lo puede ni creer lo que estoy haciendo y me dice que me he vuelto loca y que le da en la nariz que el Kevin no es lo que parece y que tiene algo escondido en la manga. Por eso y por lo pesada que se ha puesto, he tenido con ella una agarrada que casi llegamos a las manos. Y no he vuelto a verla en dos semanas, ni lo pienso, por ahora.
En septiembre estaré feliz en ese país que ya va a ser muy pronto el mío.

miércoles, 7 de junio de 2017

In memoriam de Juan Goytisolo

Descubrí a finales de los 60 del pasado siglo a Juan Goytisolo en un ejemplar de Señas de identidad, editado por Joaquín Mortíz, México, comprado en la caseta 13, la de Lucas, en la Cuesta de Moyano, cuya lectura resultó un desafío y un deslumbramiento, por las innovaciones técnicas y lingüísticas, para el lector convencional que yo era. Después, por razones de profesión y de interés he leído una buena parte de su obra y creo que casi todas sus novelas y narraciones. 
En los manuales de Literatura Española al uso, Juan Goytisolo aparecía como escritor perteneciente a la generación de mediados del siglo XX, pero yo creo que es mucho más: uno de los autores más importantes de este pasado inmediato porque su obra abarca la narrativa larga y corta, el ensayo, la crítica, la teórica, la poesía, el lenguaje como objeto de estudio, colaboraciones en el diario EL PAÍS, y mucho más. Y siempre desde una actitud de novedosa composición y creación en  lo que se refiere al lenguaje.
No se puede separar la actividad y pensamiento de este autor de su postura ética y política, opuesta a la que se vivía oficialmente en la España de la dictadura franquista, y de ahí sus andanzas y exilio voluntario en Francia, Tánger, Estados Unidos y otros jugares, hasta asentarse definitivamente en el marroquí Marrakec. En el discurso leído en la Universidad de Alcalá de Henares con motivo de la entrega del Premio Cervantes de las Letras del 2014, se definió como de “nacionalidad cervantina”, magnífica y literaria metáfora que dice mucho de su condición y talante. Murió el pasado día 4 a los 86 años y está enterrado en el "cementerio español" de Larache en el que le deseo que descanse para siempre a salvo de manoseos y otras maniobras interesadas. Nunca tuve ocasión de estrechar su mano.

Y para acabar este obituario cordial, una anécdota propia. La lectura de Campos de Níjar, un libro de viajes con referencias al paisaje y a la vida durísima de las gentes que lo habitaban en los años 60  y que Goytisolo presentaba con cruda realidad de la que se derivaba una manifiesta crítica social y, consecuentemente política, me llevó, ya en los años 70, a viajar con un coche de segunda mano en compañía de unos amigos, durante los días de la semana santa, por aquellos lugares que aparecen en el libro y que quizás habrían mejorado en algo. El lugar almeriense era por entonces de paisaje árido, desolado y exótico para mí. Nos llegamos hasta el faro del Cabo de Gata y quedamos sobrecogidos a pesar de los años transcurridos desde que Goytisolo los recorrió. Aún no los habían descubierto los genios del espagueti wester y muchísimo menos los de indiana jones y otras películas de universal éxito. En  la actualidad no sé cómo habrá quedado todo aquello pero no me atrevería a repetir la excursión. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

Un, dos, tres…

Esta fotografía apareció en la página “Hermanos en el Colegio” de la revista Lyceum[1], que nos expendía el colegio San Antonio de Padua, dirigido por los PP. franciscanos. O.F.M. al que puntualmente acudíamos, es decir, con puntualidad. 
Aquí estamos los “Hermanos M. P.”.

Un, dos, tres… Bien acicalados, posando en orden decreciente en edad y estatura, los cuerpos algo girados y la mirada al frente, en un plano medio corto como exigía el formato de la inexcusable tópica sección revisteril. Repeinados con la bien delineada raya a la izquierda. Manolo y yo vamos de correcta chaqueta oscura, él con corbata (por algo era el mayor), yo no; y Roberto, como más pequeño, viste informal canadiense cerrada con cremallera.

Un, dos, tres… Manolo, gallardo y desafiante con el ¡jeeeh! en su mirada a punto de citar a un morucho en la cerca del “Chapao”, o así. Roberto, el más guapo, inicia un conato de sonrisa socarrona como si estuviera riéndose de nosotros mismos. Y yo, serio y algo ausente, a la expectativa, mirándonos desde fuera, como ya era habitual.

Un, dos, tres… El fondo de la imagen resulta de un color indeterminado, entre gris y azulado. No sé si es original o que el paso del tiempo ha alterado la cartulina ya deteriorada. Reconozco la mano del minucioso autor de los letreros en magenta, sobrescritos muchos años después, que, a modo de rayos fulmíneos, nos amenazan, al calígrafo en la sien y a mí en la oreja, por si hubiera lugar a duda de quién es quién en el juego.

Un, dos,  tres… con nuestras inexcusables orejas desplegadas como marca registrada de autenticidad de la factoría familiar.

 La foto no lleva fecha en el reverso pero sí la identificación del fotógrafo (Márquez. Foto. Cáceres). Por nuestra apariencia, vestimenta y expresión (desafío, expectación y sorna, respectivamente), creo que debió ser publicada en la revista alrededor de 1952/53. Manolo estaría en de 3º de Bachillerato, Roberto en la clase de 4º con el Padre Pedro, y yo, por entonces, entre otras variadas tareas, haciéndome a las armas en 1º de Bachillerato.

Un, dos, tres… al escondite inglés, sin mover ni las manos ni los pies.


[1] Nota del erudito que siempre está eruditando: Lyceum (< gr. Lykeion >cast. Liceo ‘escuela filosófica creada por Aristóteles en el siglo IV a. de C., también llamada escuela de los peripátéticos.
 
 

lunes, 8 de mayo de 2017

Cuadernillo de Notas, 107

Recibo wasap (o “guasapos”) a diario en cantidades que superan mi capacidad de asimilación. La inmensa mayoría proceden de individuos de variados sexos a los que apenas les presté alguna atención en ocasión ya lejana, y que incurrí en el error de proporcionales mi dirección lectrónica. Tales sujetos, organizados en grupos dirigidos por un líder o lideresa, aventan noticias, imágenes, opiniones y autoimágenes de sus apasionantes existencias; estos copiones cada mañana y cada noche despachan a todo semoviente saludos cursis de venida y despedida, imágenes empalagosas descolgadas de la red dando ánimos y consuelos no solicitados, eventos decisivos y otras trascendentales novedades y, casi siempre, ese material procede por arrastre de no sé qué escombrera de colorines pringosos y frases hechas.
Procuro no inmiscuirme, dios me libre, en semejantes intrusiones y las envío a la nada ipso facto, en muchas ocasiones sin llegar a abrirlas: me es suficiente conocer la ralea del o la remitente para deducir el contenido.
Sin caer en contradicción, acudo con regular frecuencia a este breve, rápido, cómodo y eficaz medio, útil para consultar o proporcionar datos, ofrecer alguna solución, fijar una cita, transmitir un deseo, preguntar y contestar, y otras urgencias nada urgentes, y no se me ocurre dar consejos a todo quisque, ni consolar a troche y moche a quienes no son personas de mi poximidad, ni mucho menos catequizar a voleo en nombre de doctrinas políticas, religiosas o gimnástico-deportivas.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Cuadernillo de Notas, 99

Cuando yo era joven hacía fotografías, con una cámara Kodak Instamatic que había en mi casa, para enseñárselas después a todos lo que estuvieran interesados en verlas, ya fueran protagonistas o quisieran curiosear en mi afición. Hacía fotos a todo lo que se dejara, lo mismo me daba  que fueran palacios, conventos, adarves, torres y otros motivos del barrio antiguo de la ciudad, que a mis compañeros y amigos del Preu, posando junto a una fuente o amontonados en un banco de los jardines del paseo intentando leer La Codorniz (“La revista más audaz para el lector más inteligente”) comprada a escote o haciéndole muecas disparatadas al fotógrafo. No quiero decir nada de las reuniones familiares con sus limitaciones y sorpresas…. En las orillas de un río o embalse (yo aún no conocía el mar) aparecían  los fotografiados pescando o bañándose o sorprendidos en situaciones variadas…

Todo esto, y mucho más, me lleva a considerar que hoy las imágenes tiene una función bien distinta, sobrevenida quizás por la generalización impensable años atrás de tantos y tan variados aparatos. Artilugios que lo mismo sirven para hablar, escuchar música, saber si va a llover mañana, reservar localidades para un espectáculo, que para lanzar al universo de internet millones de imágenes de sí mismos, de amigos y enemigo, de gracias, desgracias y obscenidades de cualquier calibre. Parece como si millones de estas personas quisieran convencerse y convencernos de que existen, aunque sea fugazmente, por medio de instantáneas de ellos mismos o de otros y otras. La inmensa mayoría no son aficionados a la fotografía como forma de expresión; no las hacen para conservarlas y, no digamos, para pasarlas a papel fotográfico y guardarlas en un precioso álbum cuidadosamente ordenadas.

En el presente momento me conformo con salir de vez en cuando, siempre acompañado de mi deidad mágica, para fotografiar con una cámara digital un paisaje, un edificio, una flor, alguna persona de mi afecto… Y me siento gradecido y satisfecho.

viernes, 20 de enero de 2017

El soldado (casi) adolescente. Retrato

Posa ante el cajón del fotógrafo procurando que en la instantánea no se trasluzca lo que bulle en su cabeza.
La estética dominante (Carlos Gardel, Fred Astaire, Juan de Orduña, Manuel Luna) en el tango y el cine: pelo liso, con brillantina, pegado al cráneo con fijador. Y una vaga apariencia con el héroe de los carteles patrióticos. Los rasgos proporcionados en su equilibrio le dan un aire atractivo, podría haber pasado por un joven guapo, deportista y estudiante, de la clase media-media de una ciudad provinciana, si no fuera por la camisa de corte militar, bolsillos pegados y trabillas en los hombros. Y el correaje que le cruza el pecho de joven (casi) adolescente certifica su aire marcial.
Fotografía de estudio, tan bien retocada que los retoques apenas se notan. Un buen trabajo del  profesional de la cámara de cajón. Busto de frente en ligero escorzo perfilado hacia la izquierda. Un plano medio corto. Tomada en blanco y negro, se le ha dado un ligero viraje al sepia siguiendo la costumbre de la época. El sepia suaviza los rasgos y resta dramatismo. No hay elementos de fondo que puedan distraer nuestra atención, como conviene a un retrato en el que lo más importante es captar el momento del fotografiado. Esta es la foto que se deja en la cómoda de la sala familiar, junto a otras de los seres más queridos, y entre las manos y el corazón de la sufriente novia sufridora.

Movilizado para ir a una guerra incongruente en su origen, imprevisible en su duración y de secuelas que iban a perdurar más de lo él hubiera podido imaginar y fuera de toda previsión, posa con la seriedad adusta, impropia de sus años, que el momento exige. Por las incertidumbres. Por su familia. Por eso que llaman la patria. Por la justicia. Está a punto de partir. ¿A dónde lo destinarán? ¿Cómo va  a concordar el paso, de repente, de un día para otro, de la placidez de su pueblo a la zozobra en el frente de batalla? ¿Por qué inesperados caminos discurrirá su vida durante un tiempo que Dios sólo sabe?  Es la primera vez que sale de su  entorno sin un destino previsto. Es un soldado y se encontrará con la muerte de cerca ¿Tendrá que matar? ¿Morirá él mismo? Y le afectará el destino incierto de hombres, mujeres y niños, nacidos y por nacer. Mejor no pensar. Lo único que existe es el presente, la camaradería, la acción, la angustia y el sobresalto, los amoríos fugaces y la exaltación momentánea. Y el alivio de sentirse vivo un día más. Y la evasión del sueño. Y el envoltorio con la carta de una desconocida madrina que le mandará, desde un lugar, para él remoto e ignorado, la fotografía de una muchacha sonriente y una bufanda de lana, tejida a mano. Y el miedo controlado y disimulado. Y el frío. Y el ardor del solano. Confía en la Providencia Divina con la esperanza en que todo termine pronto. Por eso lleva, en el bolsillo de la camisa caqui, el “detente, bala” y una estampa de la Virgen patrona de su lugar. Y la foto, recortada, de la novia que se quedó, rezando, allá en el pueblo.
 
Los deterioros y recortes del papel para ajustar el tamaño de la foto a la ocasión y momento de portarlo no son perceptibles a primera vista. Seguir las vicisitudes de este pedazo de cartulina fotográfica quizás podría servir para un Diario de la esperanza o inspirar un relato de ficción, casi un documento de la pequeña historia de un soldado (casi) adolescente.

jueves, 5 de enero de 2017

Reflegsiones sijilosas de Féligs Kattu ante lamenaza de otra nabiDaZ
        
...  si ai algo ke no puedo soportar es ke me saken mal en las fotografías* ai personas a las ke se les deberia proibir, por una lei de mínima exijencia estética, el uso de la kamara, salvo en el caso justificado del autorretrato* la niña de la casa oy está empeñada en fotografiarme desde todos los ángulos i en todas las aktitudes posibles, i no me deja en paz, un verdadero azote...
         la niña es la ija mayor de la familia que decidí tiempo atrás adoptar (en un momento de ofuscazión sin duda) una jovenzita de veinticinco primaveras como dice su padre, aunke nació bajo el signo de kaprikornio, de aspekto yeguarizo, medio mema, ke kree ganarse mi voluntaz con arrumacos i cariñitos empalagosos, palabritas estúpidas i otros recursos igualmente irrelevantes.

         está idiotizada por una manía compulsiva que la lleva a desear todo lo ke ve en otras personas umanas, o en la pekeña pantalla mental ke tiene asta en su cuarto, ya se lo dice su abuela: culo veo, culo quiero... el ke yo viva akí es el resultado de uno de sus raptos antojadizos: le da lo mismo un Kaballo para pasear por la Kasa de Kampo ke un Ático de doszientos metros en las Vistillas, no importa ke jamás aya practicado el arte de la ekitación o ke su trabajo se lo remuneren con un miserable estipendio* ella es el paradigma de los que han sustituido lo ke no saben ke son -el No Ser- por lo ke no tienen -el No Tener-, i se pasa la vida an-elándolo todo: un producto de los tiempos ke corren...
 a-ora, como está prógsima la naviDaz, se a en-perrado en agenciarse un cánido de esos de marca egsótica, que no me imagino dónde lo va a aposentar, porke aquí ya no cabemos: cada cual tiene su espazio vital bien definido i no se toleran interferencias i, además, YÓ no lo permitiría si no es por enzima de mi cadáver: kreo ke ya se abrán perkatado de kién manda en esta kasa* espero, por mi bien, ke todo se kede en agua de borrajas o, en kaso contrario, me vería obligado a tomar una decisión drástica...
      
         ... la niña tiene un hermano, el jerOmín, que le va a la zaga en el cociente de inteligencia abstracta, que a sus veintidós años aún se empeña en llegar a la uniVersidad. No me explico tan insensato capricho en sujeto ignaro y botarate en grado super...
          entre sus compañeros de los PP escolaPios primero fue Jeromo el gOrdO y después Jeromo el cabezÓn. En la academia de preparación para la selectividad es simplemente Jerónimo Gabucio Hontanares, el guapito del grupo B de la tarde: cree ser un adonis redivivo, encarnado en las hechuras de un cantante de rock galaico de pétreo tupé y arete en el lóbulo: una verdadera prenda...
         en lo que supera con creces a la hermana es en su repudio al esfuerzo continuado: distribuye su ocio vital en actividades diversas, {gracias a una beca concedida y renovada sine die por sus padres} tales como los juegos de vídeoKonsola — creo que así se denominan —, navegar por la reD y practicar hasta las tantas de la madrugada eso que ahora la gente común llama chatear con un barbarismo de insoportable plebeyez...
         sus pretensiones artísticas están respaldadas por cuatro engendros mal concertados que intenta hacer pasar por una muestra de audaz vanguardia teatral, como el intitulado Aquí no fuma ni diÓs, cuya virtud más apreciable radica en su escasa duración, unos siete minutos, y un par de composiciones melódicas absolutamente faltas de melodía y sobradas de estridente percusión. En sus cortos cinematográficos prefiero no pensar porque en ello me he visto involucrado, El gato con botas fumando, bien que en contra de mi voluntad. Qué bochorno...
         la estupidez de jeRomo no descansa ni siquiera durante sus perpetuas vacaciones: si su hermana se dirige a mí con el original apelativo de misho-misho, él me moteja, en un alarde de ingenio, unas veces como des-cartes, supongo que por mi tendencia a la reflexión [si a él le aplicáramos el cógito ergo sum del pensador de Turena, para constatar su existencia habría que recurrir a un fotomatón], y mi absoluto desconocimiento del manejo de los naipes, y otras veces, con pretensión ofensiva, como kan(t) , y me ladra,  lo que viene a confirmar que el majadero más molesto es el que se cree muy ocurrente...
         en sus juicios de inmadura persona humana siempre achaca el éxito de los demás a la buena suerte, nunca al trabajo o a la destreza que ello pueda suponer, y así, espera que el azar o una herencia anticipada a fondo perdido le venga a solucionar sus contrariedades...

         un tío suyo resume la educación que han recibido estos mostrencos con un juicio categórico: aniZeto, a estos hijos tuyos les falta más de un hervor...
         
         tampoco yo soy un buen ejemplo para los jóvenes ya que paso la mayor parte del día dormitando con suave ronroneo en un sofá, y de ahí a mi sillón preferido, que me encalambrino si alguien osa usurpármelo...
         a veces dedico un largo rato a mirar con nostalgia por la ventana el ir y venir de los pájaros. Si me aburro en exceso, circunstancia que me sobreviene con frecuencia, me tumbo en cualquier cama a meditar sobre mi destino.
          yO, que lo contemplo todo desde mi ático distanciamiento silencioso, he llegado a la conclusión, después de observar con minuciosidad de entomólogo a algunos miembros rústicos de este clan expandido, de que son portadores de algún gEn sintomático que se manifiesta en rasgos inequívocamente regresivos: dientes pequeños y encías muy anchas, protrusión del globo ocular, acusado pliegue palpebral, cabeza paralepipédica y, entre los cachorros, atraso en el uso del lenguaje articulado —algunos de ellos, según tengo oído, emitieron sus primeros balbuceos inteligibles a los cuatro años— y esto no lo pienso sólo porque las pequeñas personas me resulten en general insoportables [alguien que odia a los perros y a los niños no puede ser del todo malo, que decía Leo Rosten] sino también  porque a su imbecilidad congénita hay que añadir el que son feos y vulgares, y porque su presencia supone una grave alteración de mis hábitos metódicos y de mi plácida concentración reflexiva...

          y tan sólo una anécdota como muestra: la AhijAdA, una nínfula de siete años y sobrina favorita, con perenne e irrefrenable tendencia al protagonismo desde que doña Cloti la sostuvo en brazos mientras recibía las benditas aguas de cristianar, se empeñó en darme el último week-end, además de señalarme como blanco de sus negras intenciones e imponer sus preferencias televisivas, hecho que me supuso el enclaustramiento forzado en mi recámara [cuando algo me conturba, me encierro en mí mismo y, ad pedem literae, en el armario de mamá Cloti y allí me puedo pasar jornadas enteras sin salir a no ser, aprovechando el sigilo de la madrugada, para alimentarme frugalmente y dar evacuación a los subproductos escretables], y continúo mi relato,  cuando se embutió una cena como para hacer llorar a cualquiera que apreciara, no ya la “nouvelle cuisine” sino su mero paladar, consistente en amontonar galletas de coco- pepinillos en vinagre-un plato de patatas chips con quechup-un puñado de altramuces-y más galletas de coco, regada con abundante persicola de litro porque no se disponía de coca, que surtió su efecto a las tantas de la madrugada, provocando que toda la familia, salvo este servidor y el jerOmo, se viera implicada en el baldeo de vómitos y mudanza de sábanas y edredones pringados de heces semilíquidas hasta que llegó el médico de urgencias, empacho o gastroenteritis según el diagnóstico del facultativo, un genuino lince con licencia para prescribir el remedio salomónico del primperán y la dieta blanda, a buenas horas mangas verdes, cuando ya había pasado lo más aparatoso de la borrasca... Qué noche, por diós. Y así mil casos… Ya me dirán ustedes si no estoy cargado de razón para hacer lo que hago...

          consternado me hallo ante la perspectiva de pasar tres días con sus TRES noches confinado en un lugar de la alcarria, de cuyo nombre bien que me acuerdo aunque no quisiera, rodeado de cretinos zafios y vociferantes, de edades y sexos variados pero igualmente estultos, que, con el pretexto del Nacimiento del niÑo dioS, incurren en extremados excesos en la comida y la bebida, por no hablar de los villancicos perpetrados a voz en grito con el acompañamiento de utensilios de origen imprevisible, tañidos, pulsados y percutidos con un entusiasmo, para mí, inexplicable...
          sospecho que esta horda, para conseguir que yo los acompañe a este destierro, recurrirá, como en otras ocasiones, a la violencia psíquica e incluso física...
         mirando a mi alrededor tengo la impresión de que he nacido en una época que no es la mía...
          quizás hubiera sido más feliz en el paRís dieciochesco, con sus escandalosas fiestas palaciegas, siempre en brazos de damas de hermosura desvergonzada y de caballeros empolvados, o tal vez, libre y dichoso, en un cottage de la campiña británica durante los happy twenty, acompañando en su elegante aburrimiento a una lady anciana que me hubiera tenido como a un príncipe y quién sabe si no hubiera terminado siendo su heredero...
          sueño a veces con el egipto faraónico en el que mi persona, divinizada, hubiera sido motivo de reverencia, los artistas me habrían inmortalizado y los arqueólogos de la posteridad, una vez mi cuerpo momificado, habrían elucubrado sobre mÍ alguna ocurrente teoría:  en fin, la fama trascendiendo al tiempo...
         sin embargo estoy atrapado en este bucle de vida trivial en el que soy objeto de fastidiosas sesiones fotográficas, manoseos no solicitados, viajes ingratos y, en el culmen de mi desgracia, he sido víctima de mutilaciones que me han reducido a la mitad de lo que debiera ser: el muy cabrón del aniCeto decidió un mal día, con engaño alevoso y la ayuda de algún potente somnífero, internarme en una clínica de la que salí in[capa]cita[do] per secula seculorum para el disfrute de una de las experiencias más apasionantes —la única, según Budi Alen— de la egsistenzia...
          a esta intervención innombrable debo mi aspecto orondo y predisposición a la obesidad, mi condición quisquillosa y, si estuviera calvo, dios no lo permita, un aire cardenalicio y eunucoide...
         es algo que nunca le perdonaré a este mequetrefe ordinario hasta la náusea, cuya habilidad más destacada se ha materializado en la torre eiFel que preside el salón de la casa que poseen en el pueblo, fabricada por él con palitos de chupachús, y cuyo sentido del humor se evidencia en la demostración de que es capaz de comer con la boca abierta y expeler ruidosas ventosidades por el ano y reír su propia gracia, todo al mismo tiempo. Si a esto se añade un vocabulario exiguo, la mitad de él términos malsonantes y sonidos inarticulados, obtendríamos un retrato aproximado, por defecto, del dueño de la casa. De su dedicación al trabajo basta decir que es funcionario de un minisTerio fantasma...

          a este pánfilo aturdido le sirve como complemento una doña ClotiLde, hija de un destripaterrones de medio pelo que acertó a adherirse, con su camisa azul nueva, al bando de los vencedores de una gueRRa, y que al morirse de un ataque de hipo, tras embaular, por una apuesta, treinta y tres huevos fritos con morcilla, litro y medio de vino y una fuente para seis de arroz con leche, le dejó, junto con unas tierras de aceite y viñas, una estólida formación en las filas de la Sección-femeninA que le sirvió para que, siguiendo los recovecos del chanchulleo de la época –“para esto hemos ganado la guerra”, decía el camisa nueva-, obtuviera, por la cara, una plaza de profesora de gimnasia en un Instituto Nacional femenino...
         doña CoLoti es en el presente una mujer resignada al papel de madre prendada de su jerOmín y abastecedora de la intendencia de todos nosotros (he conseguido que me sirva el mejor jamón de york del mercado), que tan sólo parece animarse cuando habla de las mejoras que se ha infligido en el físico —retoque en el tabique nasal, reducción quirúrgica de la miopía para prescindir de las gafas, y ahora piensa en la sotabarba y rellenar, hilo de oro, un poquito los labios— o cuando se asombra, con su punta de envidia, de cómo sus compañeras del Centro (así es como llama al Instituto) que no la avisan cuando se van a cenar por ahí, y puedan lucir la ropa de marca que llevan...
         sin-embargo es a mariCloti a kien más aprezio por el respeto con ke me trata i porke casi no me atosiga...

           la vida es una de las cosas más raras del mundo porke la mayor parte de la jente casi nunca llega a enterarse si de verdad egsisten...

         esta es mi familia, i si no me gusta no tengo otra mejor, in-abilitado como me veo para la prokreación de una propia...

          si la tubiera tampoko los abandonaría*
         ké ibanazer ellos sin mí!?... ...  
         i menos en nabidaZ* 
                           ÆZzzZZÆZzzz*
 
         ajj, si yO pudiera ablar* pero en-fin, Nadies Perfezto
                           Æ ÆzzzzzzZZ