Descubrí a finales de los 60 del pasado siglo a Juan Goytisolo en un ejemplar de Señas de identidad, editado por Joaquín Mortíz, México, comprado en la caseta 13, la de Lucas, en la Cuesta de Moyano, cuya lectura resultó un desafío y un deslumbramiento, por las innovaciones técnicas y lingüísticas, para el lector convencional que yo era. Después, por razones de profesión y de interés he leído una buena parte de su obra y creo que casi todas sus novelas y narraciones.
En los manuales de Literatura Española al uso, Juan Goytisolo aparecía como escritor perteneciente a la generación de mediados del siglo XX, pero yo creo que es mucho más: uno de los autores más importantes de este pasado inmediato porque su obra abarca la narrativa larga y corta, el ensayo, la crítica, la teórica, la poesía, el lenguaje como objeto de estudio, colaboraciones en el diario EL PAÍS, y mucho más. Y siempre desde una actitud de novedosa composición y creación en lo que se refiere al lenguaje.
No se puede separar la actividad y pensamiento de este autor de su postura ética y política, opuesta a la que se vivía oficialmente en la España de la dictadura franquista, y de ahí sus andanzas y exilio voluntario en Francia, Tánger, Estados Unidos y otros jugares, hasta asentarse definitivamente en el marroquí Marrakec. En el discurso leído en la Universidad de Alcalá de Henares con motivo de la entrega del Premio Cervantes de las Letras del 2014, se definió como de “nacionalidad cervantina”, magnífica y literaria metáfora que dice mucho de su condición y talante. Murió el pasado día 4 a los 86 años y está enterrado en el "cementerio español" de Larache en el que le deseo que descanse para siempre a salvo de manoseos y otras maniobras interesadas. Nunca tuve ocasión de estrechar su mano.
Y para acabar este obituario cordial,
una anécdota propia. La lectura de Campos
de Níjar, un libro de viajes con referencias al paisaje y a la vida
durísima de las gentes que lo habitaban en los años 60 y que Goytisolo presentaba con cruda realidad
de la que se derivaba una manifiesta crítica social y, consecuentemente
política, me llevó, ya en los años 70, a viajar con un coche de segunda mano
en compañía de unos amigos, durante los días de la semana santa, por aquellos
lugares que aparecen en el libro y que quizás habrían mejorado en algo. El lugar almeriense era por
entonces de paisaje árido, desolado y exótico para
mí. Nos llegamos hasta el faro del Cabo
de Gata y quedamos sobrecogidos a pesar de los años transcurridos desde que
Goytisolo los recorrió. Aún no los habían descubierto los genios del espagueti
wester y muchísimo menos los de indiana jones y otras películas de universal éxito. En la actualidad no sé cómo habrá quedado todo aquello pero no me atrevería a repetir la excursión.
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