Apoyado y reforzado por mi Hada del Otoño me he decidido a escuchar la llamada del norte y he dejado mi cobijo en
el que me siento amparado en mi actual situación. Pasar unos días en Bilbao y
San Sebastián es tener asegurada la acogida de sus gentes con los consabidos tópicos
en cuanto a la gastronomía variada, el paisaje y otros tantos detalles que es
innecesario enumerar por ser conocidos de cuantos por allí hayan pasado. He disfrutado
de la lluvia, del escaso sol, de la niebla y la neblina, de los pinchos de su
excelente cocina y de todo lo que imaginar se me pueda permitir. En Bilbao ha
sido indispensable acudir al Museo Guggenheim, admirado y discutido por sus
audacias arquitectónicas y por sus exposiciones temporales, en estos días
la dedicada al pintor Francis Bacon.
Lo más interesante es
recorrer sus calles y jardines y plazas y la catedral y algunas iglesias y
tabernas y restaurantes y la ría y más y más…, incluso el Puente de Calatrava,
sobre el Nervión, motejado por los ingeniosos peatones como el puente delos morrazos. En el colmo de la originalidad (somos así y
no podemos disimularlo) nos hemos equipado, en una tienda fundada a finales del
siglo XIX, de boinas vascas de distintos colores en la que se nos ha impartido por el habilísimo vendedor una
lección estética de cómo lucir airosamente este tradicional cubrecabeza. En San Sebastián nos camuflamos bajo la apariencia de turistas de manual.Hemos acudido a la Playa de la Concha, al puerto, recorrido el paseo de Ondarreta, nos hemos despeinado con el Peine del Viento y el Hada se ha paseado por las arenas de la orilla de la bahía en tanto yo la admiraba desde el malecón. Y nos hemos reparado, cómo no, en las tabernas de pinchos.
No hay fármaco más eficaz contra la nostalgia que empaparse del olor, el paisaje y la sonoridad de este mar acompañado por una deidad fantástica.