sábado, 30 de julio de 2016

ROJO/VERDE
Nada más verlo me sentí deslumbrada por su sonrisa tierna y un punto de tristeza en sus ojos tan grises y por su piel atezada con vientos de todos los veranos. A pesar de su aspecto un poco desastrado, cuando rozó apenas mi brazo desnudo, sentí como si me  enamorara con aquel primer amor generoso, traspasada de ternura. Hubiera deseado prolongar este mágico instante, alborotar sus cabellos y respirar su aliento, recorrer con deleite toda su orografía, descubrir extasiada un críptico tatuaje y dormir en sus brazos. El rojo sobre el cobrizo atardecer en la ciudad recalentada. Una estridencia pánica me apartó del hechizo. Con ágiles reflejos se volvió a la acera, llevando con prestancia el cubo con el agua y demás utensilios. Estábamos en verde. Salí de mala gana, no rauda sino seducible. Ni siquiera me percaté de que no le había hecho entrega de esas monedas que suelo llevar dispuestas para tales ocasiones.

 
ROJO/

viernes, 22 de julio de 2016

Ejercicios gimnásticos de un pastiche oriental

He aquí una breve muestra de la creación del poeta Chui-Yang (946-¿?). Se ha tener en cuenta que las sucesivas traducciones y versiones de su no muy extensa obra conocida, podrían haber desvirtuado la calidad literaria de sus versos. (Baudlio Hortensio Jamuz).

 1. Primavera.
 
Paisaje, 1
Los pájaros se desvanecen en lo alto del azul.
Sola, una nube vaga deleitosamente.
Mirándonos sin saciarnos,
 Ella y Yo.
 
Huella
…y el encanto
de la princesa
al sentirse contemplada,
residía
en la mirada
que la contemplaba
 
 
Tu nombre, 1
Tu nombre me sabe
a canela y a primavera temprana.
El tiempo se me hace eterno.
Te espero.
 
Plenitud
¡¡…Y qué cálida
la piel,
la piel que oculta!!
 
Cerezas verdes, 2
Sus labios
me saben a flor de té
y a cerezas verdes.
Impaciente espero
su madurez
para el verano.
 
Ausencia, 2
«¡Wang…!», grita el hombre solitario.
«¡Waaang…!», contesta la luna solitaria.
 
  Ausencia, 3
Ya esté en el monte,
ya esté en la mar,
desde la luna
su voz  me llega
como un milagro,
en la alta la noche,
nítida al alba.
 
Recelo
Lluvia de abril
en soledad.
Busco su voz
y no me llega.
Hilos de agua
sobre el jardín.
 
Deleite
¡…y en medio de sus labios
el centro del latido!
 
Flores de mayo
Botones rosados,
flores de mayo,
confirman mi certeza:
lo breve es más intenso.
 
Reflejos
A fuerza de mirarme
en tus ojos oblicuos
ahora tengo de mí 
otro punto de vista.

jueves, 21 de julio de 2016

UN CUENTO CHINO (pastiche oriental)        

Todo sucedió después de los tiempos oscuros y bárbaros en que los grandes señores contendían en disputas que llevaban a la muerte a centenares y aún a miles de hombres, y sus aldeas y sus casa resultaban destruidas por el fuego de la guerra, y nada se podía hacer para evitarlo ya que el poder central estaba tan lejos que no existía otra autoridad que la de los grandes barones. Esto los obligó durante largos años a enormes dispendios militares que debilitaron su soberanía y facilitó que El Hijo del Cielo consiguiera la sumisión de las regiones levantiscas.
Y entonces sobrevino una época de paz y feliz prosperidad bajo su benéfica e indulgente mano.
Esta historia la escribió Chui-Yang, el escriba, para que cualquiera que la escuche aprenda de ella la fuerza que se halla en el espíritu de los enamorados y lo que en esta fábula se quiere decir.
Y todo sucedió en los tiempos oscuros y bárbaros en que los grandes señores…
El escriba Chui-Yang era un hombre ya no joven que desempeñaba su oficio con toda la dedicación y entrega de que era capaz a su señor Nagau-Shi, el que gobierna la región de Su-Chen. El oficio y el cargo le venían por delegación de sus antepasados: desde el bisabuelo de su bisabuelo, todos los varones de la familia fueron apreciados como escribas al servicio de notables señores en lugares distintos del Gran Imperio. Ya de niño Chui-Yan supo que sería escriba y durante años se ejercitó en la técnica preciosa de la escritura de trazos en través sobre el papiro de la mejor calidad. Y con el oficio y el cargo también heredó la fidelidad a su señor y la discreción en todo cuanto a él le atañía. Acompañaba al señor en los desplazamientos por la extensísima provincia, en las audiencias a los embajadores de lejanos países y en todos los actos cortesanos de los que hubiera que guardar memoria. De esta manera, Chui-Yang llegó a ser una persona importante, llevó una existencia plácida, tuvo esposa que murió de parto y sus hijos en el presente se habían alejado de su entorno, atraídos por otras formas de vida en lejanas tierras. Pero el ánimo del hombre no está hecho para el sosiego y la soledad, y su corazón fue embargado, cuando ya su cabello empezaba a encanecer, por la pasión más inalcanzable que imaginar se pueda.
Es, pues, el caso que en la soledad fría de su lecho cada noche evocaba la figura adorada de su señora Wang-Mu, cuyo nombre no osaba pronunciar ni siquiera en el recóndito resguardo de su alcoba, y con tan consoladora imagen se sumía en el sueño, estremecido de dicha. Cuando en medio de la concentración cortesana sus miradas se cruzaban, él le hacía llegar en lo que dura un relámpago, todo el amor que en su insignificancia de humilde servidor le podía ofrecer. Sabía de las tribulaciones de su señor y se sentía culpable e indigno por regodearse en imágenes y pensamientos de los que atraen a un hombre sobre una mujer, aún cuando el sentimiento fuera exclusivamente espiritual.  Y durante una y otra noche soñó un mismo sueño: se atrevía a escalar el imponente muro que ponía a resguardo las habitaciones de las mujeres del señor, y cuando se veía al otro lado, en maravilloso jardín en el que el viento y la luna parecían nuevos, notaba que llevaba en la mano un hermoso capullo de tulipán azul cuyo tallo tenía que sembrar en algún lugar que no lograba encontrar, y cuando despertaba en su duro lecho notaba el más grande de los desconsuelos y pesadez en el alma, y sabía que en su interior se acumulaba noche tras noche su energía masculina más decantada. Y así durante toda la luna de agosto cada vez con energías acumuladas.
El señor Nagau-Shi era el todopoderoso gobernador de la región de Su-Chen, el extenso territorio de más de trescientas ciudades, cuatrocientas villas amuralladas y más de quinientas dispersas aldeas de campesinos y pastores. Cuando recorría sus dominios, llevaba un acompañamiento de cientos de jinetes y soldados de a pie, cortesanos, secretarios y, junto a él, al escriba Chui-Yang que fijaba sobre el pergamino con sus finos pinceles de pelo de castor los hechos notables que le ocurrían a su señor. El señor apreciaba en extremo las cualidades de su primer escriba, casi tanto como las de su más noble cortesano. No es, pues, de extrañar que en ocasiones lo hiciera confidente de sus inquietudes o de sus más atinadas decisiones o de sus íntimos anhelos. Tenía cuanto se puede desear en el amor y en la fortuna, sesenta mujeres, entre esposas, concubinas y esclavas expertas en los deleites más refinados, y debía dormir con ellas según su apetencia, por riguroso turno teniendo en cuenta la frecuencia y el rango, tal como el Secretario de Alcoba llevaba en su registro minucioso de encuentros, embarazos, periodos menstruales, y trastornos femeninos provocados por la edad o la enfermedad.
Desde la luna llena de enero gozaba de la belleza de su más reciente esposa, la delicada princesa Wang-Mu, con la que el señor obtenía sumo placer, y por ello  la  frecuentaba con más asiduidad que a ninguna otra. Había transcurrido casi un año y en ella no se manifestaba el menor signo de embarazo y el poderoso Nagau-Shi,  tras haber engendrado numerosos varones y mujeres, deseaba vivamente una hija que fuera de fiel parecido con la delicada esposa de piel transparente y minúscula boca en forma de beso-corazón. Y esta desazón le desvelaba el sueño y los frutos más dulces perdían todo su atractivo y ni las músicas más acordes y las danzas más ligeras conseguían aliviar su inquietud. Y ya sabemos que el hombre poderoso no puede vivir sin sumirse en la desmesura de una preocupación por superflua que resulte para los demás. Y esto lo sabía muy bien el corazón del escriba.    
La preferida esposa del gran señor era la señora Wuang-Mu, triste y hermosa como una apacible tarde de otoño en el bosque de los arces de la montaña. Lo acompañaba en todas las ocasiones que sus señor quería lucirla ante la corte, pero la princesa no era feliz con sus atenciones y su infelicidad se traslucía en el arco de sus cejas retocadas y en la línea quebrada de sus labios, y en su tez, aún más pálida sin recurrir a los polvos de arroz. No deseaba engendrar una hija porque conocía la penosa suerte de la mujer, y tras cada encuentro, desde lo más recóndito de su ser le suplicaba a los espíritus de sus antepasados que su talle continuara tan grácil  como hasta entonces.
En el gran salón de las audiencias, sus ojos erraban  hasta posarse sobre la figura del escriba, inclinada sobre sus cartapacios, cuatro peldaños por debajo de su sitial de concha de tortuga tapizado en seda rameada, y su mirada se tornaba cálida y acogedora,  cada vez que fugazmente, durante la eternidad de un parpadeo, se cruzaba con la de él. Y así muchas veces durante nueve ocasiones que precedieron a la luna llena de agosto. Nadie jamás pudo sospechar su íntimo secreto. El señor que gobernaba con sabiduría las tierras de Shu-Chen sí apreció notables cambios en la dedicación concentrada y las caricias sutiles que cada noche le dispensaba su amada, y su desvelo desapareció del todo cuando los médicos confirmaron la preñez de la querida esposa; ya pudo dormir a pierna suela y tornar a yacer con las cincuenta y nueve mujeres de su serrallo, siguiendo el orden protocolario.
     
Este es el relato que dejó trazado en los pergaminos ocultos Chui-Yang, el escriba del gran señor Nagau-Shi. Se transmitió de viva voz de generación en generación hasta que un poeta anónimo lo condensó en los versos que hoy nos resultan tan conocidos y que se cantan en las noches del cálido verano: 
                                              Sin llegar a unir sus cuerpos,
                                               aquellos amantes
                                               se amaron con sus miradas, 
                                               sin que nadie llegara a saberlo.



NOTA.
Versión indirecta del poeta postmoderno Baudilio H. Jamuz,
basada en la traducción del chino cantonés al francés por
el Prof. Louis-Hubert *Kesnert-Sot des Cornichons.
Université "Tartarin". Tarascon. Faculté des Affaires
Orientaux et des Autres Arts et Métiers du Meme Genre.
Revue de la Faculté des A.O. et des A.A. et M.de M.G. nº 2.
Maie, 1968.

 

martes, 5 de julio de 2016

Cuadernillo de Notas, 75

Llevo dos semanas ocupado en seleccionar, ordenar, expurgar y desechar libros de todo tamaño, contenido, peso y densidad, encuadernados primorosamente o desbaratados, y discos y películas y bibelosts, y esa multitud oculta en el inframundo de mi casa cuya existencia había olvidado y que había proliferado como las cucarachas: me refiero a los temibles y autogenerados pongos ("¿dónde pongo esto?") de toda condición, materia y palmaria fealdad de imposible justificación. La tarea me supone, además de un esfuerzo físico considerable, una sucesión de vivencias y recuerdos que tenía más que olvidados. Se ha desatado en mi una especie de obsesión por la brevedad y la esencialidad, ya se refiera a los objetos o a los escritos recogidos en cuadernos, páginas sueltas, fichas, trozos de papel, hasta las prendas de ropa antañona emperchadas en los fondos de los armarios. Mucho me parece hinchado, exagerado y disperso. Separo entre los objetos, escritos y bultos, lo esencial y lo claro; lo demás lo rechazo. Este empeño por la esencialidad, este afán de aligerarlo todo viene a ser como un afilar más y más mi perfil existencial.
Es por esto por lo que no puedo soportar a los charlatanes de profesión que dan a entender que todo lo saben, todo lo comprenden y que todo nos lo aclaran a los legos con sus argumentos imbéciles e interesados.