Recibo wasap (o “guasapos”) a diario en cantidades que superan mi capacidad de asimilación. La inmensa mayoría proceden de individuos de variados sexos a los que apenas les presté alguna atención en ocasión ya lejana, y que incurrí en el error de proporcionales mi dirección lectrónica. Tales sujetos, organizados en grupos dirigidos por un líder o lideresa, aventan noticias, imágenes, opiniones y autoimágenes de sus apasionantes existencias; estos copiones cada mañana y cada noche despachan a todo semoviente saludos cursis de venida y despedida, imágenes empalagosas descolgadas de la red dando ánimos y consuelos no solicitados, eventos decisivos y otras trascendentales novedades y, casi siempre, ese material procede por arrastre de no sé qué escombrera de colorines pringosos y frases hechas.
Procuro no inmiscuirme, dios me libre, en semejantes intrusiones y las envío a la nada ipso facto, en muchas ocasiones sin llegar a abrirlas: me es suficiente conocer la ralea del o la remitente para deducir el contenido.
Sin caer en contradicción, acudo con regular frecuencia a este breve, rápido, cómodo y eficaz medio, útil para consultar o proporcionar datos, ofrecer alguna solución, fijar una cita, transmitir un deseo, preguntar y contestar, y otras urgencias nada urgentes, y no se me ocurre dar consejos a todo quisque, ni consolar a troche y moche a quienes no son personas de mi poximidad, ni mucho menos catequizar a voleo en nombre de doctrinas políticas, religiosas o gimnástico-deportivas.
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