sábado, 21 de noviembre de 2015

Intemperie

Novela insólita en el actual panorama narrativo español.
Una lectora impenitente, en cuyo acertado criterio siempre confío, me ha encauzado hacia esta novela y con ella he descubierto a un autor (Jesús Carrasco, nacido en Olivenza, Badajoz, 1972) hasta ahora desconocido para mí.
La historia que se cuenta en Intemperie es aparentemente sencilla: la huida de un niño de la aldea en donde vive, perseguido por algunos hombres conducidos por el alguacil. En su camino el niño se encuentra con un viejo que pastorea un exiguo rebaño de cabras, que le da cobijo y con el que prosigue su huida hacia no se sabe dónde.
Llama la atención en el relato la falta de referentes espaciales y temporales: ni el lugar ni la época están explícitamente localizados; tan sólo el mundo rural de una España seca y algún indicio (la motocicleta con sidecar del alguacil, la casa de peones de camineros abandonada) que nos hacen suponer que la acción se desarrolla, tal vez, en la década de los 50 del pasado siglo. La inmensa llanura, el hambre y la sed de los humanos y de los animales (el burro, el perro, las cabras) contribuyen a dar protagonismo al paisaje que, a pesar de todo, en ocasiones aparece casi humanizado (Delante de él el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco),y siempre lleno de silencio y amenazador; también contribuye a tal fin el contraste entre lo cerrado de la historia y la abierta y descampada llanura por la que transitan hombres y bestias. Los escasos personajes carecen de nombres propios, tan sólo son el niño, el viejo, el alguacil. La violencia y la crueldad brutal (…en su corta vida ya había visto decenas de perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos, refiriéndose a los galgos que ya no sirven para la caza) corren parejas con la amistad, la ternura y la fidelidad. 
El estilo desnudo de la narración, esencialmente lineal con algunas retrospecciones que contribuyen a acrecentar el misterio, se traduce en los escuetos diálogos que ralentizan las vidas en el llano agostado de esta “tierra incógnita”, en la utilización de términos del léxico campesino (trébede, besana, serijo, albardina, sirga, amusgar), en precisos rituales (El viejo agarró al burro por la cabeza y tiró de ella hasta que se puso de pie. Sin destrabarlo, colocó sobre su lomo un albardón largo de lona armada. Encima dispuso un ropón de arpillera raída y luego una albarda de centeno cuyo ataharre el viejo pasó por debajo de la cola). Este realismo escueto se tiñe en ocasiones de una calidad poética indudable como, por ejemplo, en esta descripción de un olivar: Recordó la franja de olivos que se extendía sobre la ladera norte del viejo cauce […] Un ejército inveterado y leñoso que tiznaba el paisaje con los tonos del cuero [] En cambio, abundaban los troncos nudosos [] Hatajo de soldados de vuelta del frente. Heridos pero en marcha.
Esta singular novela, cuya lectura me ha interesado desde las primeras páginas por el tono, la tensión y la excelencia de un lenguaje esencial, riguroso y evocador de los mejores autores de nuestra narrativa del siglo pasado y del presente, deja, en medio de tanta negrura y brutalidad, un resquicio para la esperanza: Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento.
De acuerdo con lo anteriormente reseñado de manera tan escueta, como no podía ser de otro modo, recomiendo la lectura de esta obra excelente.                  
 CARRASCO, Jesús. “Intemperie”. Seix Barral.  2013. 224 págs.

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