Novela insólita en el actual panorama narrativo
español.
Una
lectora impenitente, en cuyo acertado criterio siempre confío, me ha encauzado hacia
esta novela y con ella he descubierto a un autor (Jesús Carrasco, nacido en
Olivenza, Badajoz, 1972) hasta ahora desconocido para mí.
La
historia que se cuenta en Intemperie es aparentemente
sencilla: la huida de un niño de la aldea en donde vive, perseguido por algunos
hombres conducidos por el alguacil. En su camino el niño se encuentra con un
viejo que pastorea un exiguo rebaño de cabras, que le da cobijo y con el que
prosigue su huida hacia no se sabe dónde.
Llama
la atención en el relato la falta de referentes espaciales y temporales: ni el
lugar ni la época están explícitamente localizados; tan sólo el mundo rural de
una España seca y algún indicio (la motocicleta con sidecar del alguacil, la
casa de peones de camineros abandonada) que nos hacen suponer que la acción se
desarrolla, tal vez, en la década de los 50 del pasado siglo. La inmensa
llanura, el hambre y la sed de los humanos y de los animales (el burro, el
perro, las cabras) contribuyen a dar protagonismo al paisaje que, a pesar de
todo, en ocasiones aparece casi humanizado (Delante
de él el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el
día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco),y siempre lleno
de silencio y amenazador; también contribuye a tal fin el contraste entre lo
cerrado de la historia y la abierta y descampada llanura por la que transitan
hombres y bestias. Los escasos personajes carecen de nombres propios, tan sólo
son el niño, el viejo, el alguacil. La violencia y la crueldad brutal (…en su corta vida ya había visto decenas de
perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos, refiriéndose
a los galgos que ya no sirven para la caza) corren parejas con la amistad, la
ternura y la fidelidad.
El
estilo desnudo de la narración, esencialmente lineal con algunas retrospecciones
que contribuyen a acrecentar el misterio, se traduce en los escuetos diálogos
que ralentizan las vidas en el llano agostado de esta “tierra incógnita”, en la
utilización de términos del léxico campesino (trébede, besana, serijo, albardina,
sirga, amusgar), en precisos rituales (El
viejo agarró al burro por la cabeza y tiró de ella hasta que se puso de pie.
Sin destrabarlo, colocó sobre su lomo un albardón largo de lona armada. Encima
dispuso un ropón de arpillera raída y luego una albarda de centeno cuyo ataharre
el viejo pasó por debajo de la cola). Este realismo escueto se tiñe en
ocasiones de una calidad poética indudable como, por ejemplo, en esta descripción
de un olivar: Recordó la franja de olivos
que se extendía sobre la ladera norte del viejo cauce […] Un ejército inveterado y leñoso que tiznaba
el paisaje con los tonos del cuero […]
En cambio, abundaban los troncos nudosos
[…] Hatajo de soldados de vuelta del frente. Heridos pero en marcha.
Esta singular
novela, cuya lectura me ha interesado desde las primeras páginas por el tono, la
tensión y la excelencia de un lenguaje esencial, riguroso y evocador de los
mejores autores de nuestra narrativa del siglo pasado y del presente, deja, en
medio de tanta negrura y brutalidad, un resquicio para la esperanza: Luego volvió a la puerta y allí permaneció
mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de
su tormento.
De
acuerdo con lo anteriormente reseñado de manera tan escueta, como no podía ser
de otro modo, recomiendo la lectura de esta obra excelente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario