jueves, 21 de abril de 2016

Confidencias

Mañana radiante. Luces y sombras enfrentadas. El atrio de un templo reverencial de la actualidad pagana. Parterres moteados de flores. Claras sombrillas en la terraza apacible. Y detrás, la elegante verticalidad de la palmera que se recorta contra el reverbero del fondo. Un sosegado remanso a la entrada del Templo de Tytha von Tytha.
El protagonismo de la instantánea no está en la muy sugerente escultura de Antonio López sino en la mujer que ha sido sorprendida musitando, o soplando, algo en la oreja del tótem: ¿le revela un secreto propio bien guardado? ¿solicita un consejo para sus dudas? ¿demanda la intercesión de la diosa para solucionarle alguna insospechada incógnita? Ha adoptado, ajena a lo que la rodea, una postura que suponemos incómoda: mientras oculta sus palabras con la mano derecha, la piernas flexionadas, con la izquierda protege, decidida, el universo que se guarda en la bolsa marsupial azulada (llaves mágicas, dineros, afectos, ilusiones, deberes, enseres sorprendentes olvidados y otros misterios a los que nadie tiene acceso… y el mágico móvil con la batería a punto de fenecer). Las sandalias de tiras que calza ponen una nota de elegante delicadeza en la austeridad de su atuendo y forzada colocación. 
El ídolo, imperturbable y enigmático, ¿duerme o medita? Quién lo sabe. A pesar de ello y de su descomunal cabeza pelona, la naricilla y el arco de la boquita nos mueven a la ternura hacia este bebé mofletudo y oscuro.
Nunca sabremos lo que ella le ha confiado o preguntado, ni si le ha contestado la cabeza imperturbable del oráculo.

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