Día del Libro, 23 de abril. Y, además, en este año se conmemora el cuarto centenario de la muerte de Cervantes.
¡Fastos y regodeos por los cuatro puntos cardinales! Y de leer... ¿qué?.
Desde
que era estudiante de bachillerato, y aún antes, se propuso tener su propia biblioteca
particular. Cuarenta o cincuenta libros, muchos comprados con laboriosos
ahorros; los de mejor porte, regalados en las habituales efemérides; y
unos cuantos, en ediciones cuidadas, bien encuadernados y con estupendas
ilustraciones, acarreados desde las estanterías de la casa de sus abuelos, allá en el pueblo.
Cuando
regresaba a la casa familiar, tras ausencias más o menos prolongadas, una de
sus primeras atenciones se dirigía a sus
libros: quitarles el polvo, ordenarlos y reordenarlos por autores, por títulos
y géneros, por épocas… El cuerpo humano,
con láminas desplegables coloreadas, Julio Verne, Salgari, El último Mohicano, el Quijote,
Las
maravillas del mundo animal,
un diccionario ilustrado del año 1916, Lecciones
de cosas, el manuscrito de viajes Europa
de la editorial Dalmau Carles, el Tom Sawyer, el Corazón, de Edmondo D'Amicis, los de Zane Grey,
los
de Sherlock Holmes… Algunos están
anotados en el margen, a lápiz, con caligrafía casi infantil; muchos los había
leído y releído hasta aprender de memoria párrafos enteros.
Ahora, el viajero utópico,
vive en un piso no demasiado grande, rodeado de cientos, de miles de libros que
ocupan todos los espacios imaginables.
De tiempo en tiempo se ve obligado a someterlos a un “clareo” para
hacerles sitio a los que llegan. Regalar libros a chicos y grandes se ha
convertido en un hábito placentero que practica con cualquier pretexto o sin excusa
alguna. Aun así, sigue conservando aquellos que para él han mantenido desde
siempre el carácter de favoritos.
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