miércoles, 30 de marzo de 2016

Cuadernillo de Notas, 52

En efecto: la ciudad de Cuenca siempre es única. Tenemos la suerte de contar con personas que nos invitan, a mi Hada y a mí, a su casa durante unos días cada vez que la ocasión se empareja. Reverdecemos así nuestras relaciones que vienen de antiguo con charlas prolongadas de la noche en la madrugada, con la mesa y los manteles ya sea en la cocina propia o en el restaurante por descubrir, interesándonos en lugares de la geografía, la geología, del paisaje, del arte y de la gente y su historia.
 Esta vez, además de lo que se pueda deducir de lo dicho, me han llevado a un enclave muy próximo a la capital, a la pedanía de Valdecabras, en el entorno de la sierra y de la muy conocida Ciudad Encantada. En un día de pleno sol sacudido por un vientecillo más que frescachón, que pedía embozarse con abrigo contundente, hemos recorrido calles sinuosas de evocadores nombres (del Castillo, del Juego de Bolos, de Señores, de la Cuesta, del Pretil, del Horno, Plaza Pública…), con el entorno de  huertas, corrales, gallineros, prados, regachos que bajan de la sierra. Hemos culminado, ¡cómo no!, en el comedor de "El Rincón de Valdecabras", que nos ofrece la cocina contundente y sabrosa de las gachas, la caldereta de cordero, el morteruelo, las chuletillas de cordero y el entrecot de ternera a la brasa y otras especialidades suculentas, hasta culminar con el alajú y la copita de resoli.
Magnífico colofón para unos días de asueto en esta Semana Santa famosa de la que no voy a descubrir nada que no se conozca ya.

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