En efecto: la ciudad de Cuenca siempre es única. Tenemos la suerte de contar con personas que nos invitan, a mi Hada y a mí, a su casa durante unos días cada vez que la ocasión se empareja. Reverdecemos así nuestras relaciones que vienen de antiguo con charlas prolongadas de la noche en la madrugada, con la mesa y los manteles ya sea en la cocina propia o en el restaurante por descubrir, interesándonos en lugares de la geografía, la geología, del paisaje, del arte y de la gente y su historia.
Esta vez, además de lo que se pueda deducir de
lo dicho, me han llevado a un enclave muy próximo a la capital, a la pedanía de
Valdecabras, en el entorno de la
sierra y de la muy conocida Ciudad Encantada. En un día de pleno sol sacudido
por un vientecillo más que frescachón, que pedía embozarse con abrigo contundente,
hemos recorrido calles sinuosas de evocadores nombres (del Castillo, del Juego
de Bolos, de Señores, de la Cuesta, del Pretil, del Horno, Plaza Pública…), con
el entorno de huertas, corrales,
gallineros, prados, regachos que bajan de la sierra. Hemos culminado, ¡cómo
no!, en el comedor de "El Rincón de Valdecabras", que nos ofrece la cocina contundente y sabrosa de las gachas, la
caldereta de cordero, el morteruelo, las chuletillas de cordero y el entrecot de ternera a la brasa y otras especialidades suculentas, hasta culminar
con el alajú y la copita de resoli.
Magnífico colofón para unos
días de asueto en esta Semana Santa famosa de la que no voy a descubrir nada
que no se conozca ya.
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