Semana Santa como compendio. La vida, la muerte y, en medio, todo lo que importa. Los condumios de la Pascua Florida: olores y sabores entrañables que se montan en las cocinas, el potaje de vigilia y las roscas de anís, la canela en el arroz con leche y el flan de chocolate, la salsa verde de los pescados y el cordero pascual a la brasa. En las calles, la fragancia amarilla de las mimosas y el dulzor sensual y tóxico de las adelfas acompasan la elegante esbeltez de la peineta y la mantilla de blonda, negra del luto, blanca del júbilo.
En la noche procesional, el olor de la cera de los cirios y el tronar lúgubre de los
redoblantes y bombos subrayan el sufrimiento y la muerte.
Resurrección. Blanco y azul. Y todos los matices de los campos. La Naturaleza se desentumece y esponja. Las praderías se cubren de un verdor moteado de flores humildes; y en las praderas bailan las mozas y los mozos que después se comerán el hornazo; y hay crotoreos de cigüeñas en los campanarios, y alborozados alborotos de la pajarería en las florestas y entre las tejas de los tejados y en los álamos más altos. Y en los jardines discretos se arrullan los enamorados. A ras del suelo, un pie detrás de otro, también sienten el corazón más ligero incluso los no correspondidos.
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