martes, 21 de junio de 2016

Cuadernillo de Notas, 72

He vuelto a mi casa tras una forzada y larga ausencia. Todo me resulta extrañamente lejano, desde lo trivial a lo más grave. El paisaje urbano que se ve desde la ventana del cuarto de trabajo, o desde la terraza, tantas veces fotografiado (mañanas, tardes, noches) hoy me resulta insustancial (¡esas variables y envidiadas “nubes viajeras”!).
Los libros, desde los estantes, con sus lomos diferentes, no me permiten identificarlos a la primera ni atraen mi curiosidad con el apego que yo hubiera supuesto. Vengo a esta casa, que noto deshabitada, como un intruso, con el despego de un forastero. Y la relatividad de lo trascendente hace que lo vivido en ella se haya ido esfumando durante el prolongado vacío. Todo parece limitarse cuando se llega a la conclusión de que lo único que verdaderamente importa es la calidez y la atención diaria que hacen que la supervivencia resulte más llevadera y efectiva. Para conseguirlo me he de servir, como cualquier hijo de vecino, de las personas que me rodean, amigos, colegas de oficio y afición, conocidos de paso y, principalmente, de aquellos por los que siento verdadero amor. De todos me considero deudor desde este momento.  

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