Parece evidente que en estos tiempos dichosos
tenemos la suerte de disfrutar de los caminos de la felicidad, que son inescrutables, como antiguamente se predicaba
de los caminos de Dios (la Biblia,
Epístola a los Romanos, 15, 3). El sofisticado universo de las modas, de las
marcas, de las exigencias más estrafalarias… ha invadido las maneras y formas
de satisfacer las ansias de destacar, de ser los primeros en cualquier
competición por difícil o grotesca que parezca a los que viven al margen de tan
insólitos alborozos. Es una lástima que yo me vea imposibilitado, por edad, saber y gobierno, para gozar de
los antedichos placeres. Resignado, doy salida a mi sentir en esta Nota del Cuadernillo.
En el noticiario de una cadena de televisión daban
como acontecimiento digno de interesar al teleadicto, la jolgorienta presencia
de un muy nutrido grupo de personas adultas de variados sexos, edades y
cataduras, que se saludaban entrechocando las palmas de las manos al tiempo que
se abrazaban, daban saltitos, emitían grititos y otras manifestaciones de exaltado
júbilo, a las puertas, abiertas de par en par, de una tienda de coloreados
escaparates. La razón de tales manifestaciones radicaba en que esta cuadrilla
de bienaventurados había alcanzado la dicha de ser de los primeros en adquirir, tras
larga espera, un teléfono móvil de última generación por un precio que superaba
los 800 €.
Me siento excluido y lo lamento porque mucho me
apetecería experimentar estas sencillas alegrías, en lugar de preocuparme por
el repelente espectáculo que ofrecen los prohombres de la patria (lo de prohombres está utilizado con aviesa
intención) cuya actividad más provechosa, en favor de la sociedad pagana, reside
en percibir unos envidiables emolumentos durante meses y meses y más meses,
¿por qué?… Me los imagino saludándose, con seriedad solemne, muy alejada del rebullicio de los forofos del teléfono de los 800 €.
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