Ayer,
18 de agosto, se cumplieron 80 años del alevoso fusilamiento de Federico García
Lorca en el barranco de Viznar a pocos kilómetros de Granada, perpetrado por
individuos afines al Alzamiento Nacional perfectamente identificados. El poeta
murió, a los 38 años, junto a dos banderilleros y un maestro de escuela. Con
tal efeméride, algunos medios de comunicación han dedicado unas páginas y
espacios televisivos a recordarla. Es admitido que desde el mismo momento de
su asesinato, Lorca, en su vida y en su obra, ha devenido en un mito que no ha
cesado de crecer: desde el Antonio Machado postmodernista del 98, a los escritores
del 27 y epígonos como Miguel Hernández, todos reconocieron la importancia de
la multiforme obra lorquiana, y la inseparable fascinación que irradiaba la
personalidad del autor del Romancero
gitano, de Poeta en Nueva York,
de La casa de Bernarda Alba o de El Público y de tantos otros títulos.
En
este momento aún no se sabe con certeza donde están los restos del escritor.
Consta que fueron trasladados, al poco del asesinato, a otro lugar no aclarado
y de allí a otra inhumación, sin excluir la posibilidad de que se hallen en
Madrid.
He
hojeado mi edición de las “Obras Completas” de Lorca, reeditadas y ampliadas en múltiples ocasiones por la
Ed. Aguilar, y he releído durante largo rato algunas páginas, de entre las que
he seleccionado (sin dificultad y
con osadía) algunos pocos versos como muestra mínima, pero estimulante, de su
intensa, extensa y variada creación (poesía, teatro, ensayo y otros escritos).
Mi intención es la de incitar a la lectura y relectura de este imprescindible
autor.
En la redonda
encrucijada
seis doncellas
bailan.
Tres de carne
y tres de plata.
Los sueños de ayer las buscan,
pero las tiene abrazadas
un Polifemo de oro.
¡La guitarra!
(De “Poemas del cante jondo”)
CIUDAD SIN
SUEÑO
(NOCTURNO DE
BROOKLYN BRIDGE)
No duerme nadie por el cielo.
Nadie, nadie.
No duerme nadie.Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que se callase.
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(De “Poeta en Nueva York”)
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